Preguntas y respuestas

¿Quién quiere ir al cielo?

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Con tanto ajetreo en la vida de hoy, a pesar de no tener tiempo para nada, nos viene todavía una cosquillita de dentro que nos obliga a pensar en el misterio de la vida y en lo que viene después...

Tenemos una fe cristiana que nos da respuestas, pero parece ser que hemos dejado esa fe atrofiada y famélica como a niño que se le ha impedido crecer. Sólo nos acordamos de que tenemos fe en tiempos de ciclón o tragedia. Ante los duros embates de la vida, nos damos cuenta que nuestra fe, a la que no hemos dejado desarrollar, no llega a satisfacer esas necesidades urgentes de adulto. Peor todavía, nos refugiamos entonces en prácticas ¨devotas¨ escapistas que inclusive rayan con la superstición. Esos remedios superficiales nunca nos resuelven los problemas, y lo peor, no nos traen la paz del corazón. 

Y seguimos con la preocupación y hasta el miedo de lo que viene después… 

Dios nos da la fe, pero nosotros tenemos que nutrirla a través de las alegrías y las penas, la salud y la enfermedad, a lo largo de nuestra vida. ¿Estamos solos? Pues, no. Si creemos en Jesucristo, como decimos, tenemos que ahondar en las enseñanzas que nos dejó en sus evangelios. Ahí Él nos explica el misterio de la vida, lo que importa y lo que no importa, la actitud que nos hará libres, y el camino a seguir. Él nos aseguró que estaría con nosotros, con cada uno de nosotros, todos los días de nuestra vida 

Muchos predicadores que se dicen cristianos parlotean sobre la importancia de confesar que Cristo es Dios, pero se quedan ahí. ¿Cómo podemos decir que proclamamos a Cristo, si ni siquiera conocemos lo que Él nos dijo? Jesús fue muy claro en las actitudes básicas humanas para aquellos que quieren seguirlo. Nos dijo que Él era el camino, la verdad y la vida. Si Él es el camino, tenemos que tratar de entender bien sus enseñanzas, reflexionar sobre la actitud de vida que nos mostraba en sus parábolas, discursos, y hasta gráficamente, con el ejemplo de su propia vida. 

Al final,  nos dijo que nos convenía que Él se fuera, para dejarnos en manos del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos explicaría a cada paso, tanto a cada uno como en Comunidad, las enseñanzas de Cristo. Lo más importante era que quedaba implícito el respeto a nuestra libertad para “ganarnos” el Cielo prometido. 

Y vuelve la cosquillita: el cielo, la vida eterna, nuestra actuación responsable en esta vida. 

Al “escuchar” las enseñanzas de Cristo, entendemos que esa actitud de buscar siempre el bien y evitar el mal, no admite la arrogancia ni el creerse mejor que nadie. Ahí están los duros ataques de Jesucristo contra los fariseos e hipócritas. La actitud del cristiano implica la humildad como virtud fundamental. 

Si llegamos a comprender lo que significa la misión a la que Cristo nos ha llamado y la confianza que ha depositado en nosotros para llevar este mensaje a los demás, no podríamos recostarnos y mirar el mundo pasar. Nos ha dicho que somos luz del mundo y sal de la tierra. Vivimos en un mundo, tanto oscurecido por las tinieblas del odio, como insípido y desabrido por falta de la alegría del amor. La violencia, la deshumanización reinante, la desmoralización de nuestras sociedades y tantos males que padecemos, sólo pueden ser transformados por una fe viva que nos traiga respuestas para todos los tiempos, todas las razas, culturas y naciones. 

Solamente la fe cristiana ha sobrevivido el embate de los tiempos y nos llega hoy transparente y diáfana con respuestas para el mundo de hoy. Esa fe, explicada los evangelios, nos pide una decisión personal de cada uno. Nunca es tarde para tomar esa decisión. Jesús nos puede llamar a cualquier edad y etapa de nuestra vida personal. Aunque seamos débiles y con muchas imperfecciones, siempre podemos entregarnos a seguirlo en su Camino. Después Él se encargará del resto, ayudándonos a cada paso, levantándonos si volvemos a fallar y tropezar, sobre todo, dándonos fuerzas para seguir. 

El mundo de hoy, más que nunca, necesita de nuestra participación, cada uno según su capacidad. Si queremos ir al Cielo, tenemos que decidirnos ser cristianos y trabajar llevando el mensaje de Cristo a todo el mundo con humildad y confianza.