El mensaje de un reino que no es de este mundo

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

 

El reino que no es de este mundo pero que ya está en este mundo

Jesús viene con un mensaje al que los evangelistas llaman «la buena noticia». La buena nueva incluye un cambio de actitud de vida, una nueva interpretación de la vida, una nueva «conscientización», ¿quizás el verdadero propósito de la vida?

Martín Descalzo, magistralmente, nos describe con emoción, cómo tuvo que ser la entrada de la predicación de Jesús para las gentes de Galilea:

La llamada de Jesús («Se ha cumplido el tiempo, se acerca el reino de Dios», (Mc 1: 15) debió sonar en el contexto social de la época como una campana que ponía en pie los corazones. No invitaba ni a defenderse, ni a matar, pero no era, por ello, menos radical o revolucionaria. Porque lo que anunciaba era, nada más y nada menos, que había que cambiar las mismas raíces del mundo. 

Cristo venía dispuesto a responder aquellas preguntas que han acosado siempre al ser humano. Parecía tener respuestas para definir el propósito de la vida y más todavía, darle sentido a la muerte y al sufrimiento. ¿Por qué el corazón del hombre tiene tantos deseos de paz y se alimenta de odio? ¿Por qué unos aplastan a otros y por qué los otros sólo sueñan con la vuelta de la tortilla, en la que ellos sean los aplastadores? ¿Por qué el hombre tiene tanta necesidad de Dios y cuando lo encuentra, se aparta de él y lo olvida? ¿Por qué la soledad nos come el alma? 

Y he aquí que, cuando nadie lo esperaba, alguien llega con respuestas, anuncia un mundo nuevo y distinto e invita a la aventura de recibirlo y construirlo. Alguien que, además, no trae respuestas teóricas, sino que está dispuesto a embarcar­se en vanguardia de la gran aventura, a inaugurar en su carne y su persona ese reino nuevo que anuncia. Sus contem­poráneos tuvieron, por fuerza, que sentir primero un asombro, después un desconcierto, finalmente un entusiasmo. Por fin llegaba algo distinto, lo que todos soñaban sin atreverse a esperarlo del todo. Sí, sonó entonces como un clarín de combate. Un clarín cuyo grito no se ha extinguido y sigue aún sonando para cada uno de los seres humanos. 

Jesucristo, según los evangelios, llevaba un mensaje concreto que Marcos nos resume al anunciarnos que el reino está cerca: cambien sus caminos y crean en la Buena Nueva. El centro y el marco de su predicación y misión era la idea de que se acercaba el reino de Dios.

El reino de Dios del que habla Cristo es una transformación de los seres humanos en una nueva dimensión. Jesús no viene a mejorar al ser humano, viene a crear un ser humano nuevo. En ese sentido Jesús predica algo revolucionario que abarca el interior y el exterior, lo espiritual y lo mundano, el individuo y la comunidad, este mundo y el otro. Es un dirigir el alma en otra dirección. Y dice Jesús que este reino ya ha empezado y que está en marcha, en proceso, aquí en este mundo. Está tanto en el individuo como en la comunidad. Jesús llama al individuo para que viva su conversión en la comunidad. Según la predicación de Jesús el reino estaba dentro de nosotros, no encerrado sino abierto a toda realidad, pero que sabiendo que la tierra donde el Reino comienza a germinar es la del propio corazón de quien escucha. Jesús anuncia una liberación de todo mal, un cambio de todo. El Reino viene a transformar un universo regido por el dinero, el placer egoísta, y el ambicioso poder, a otro universo gobernado por el amor, el servicio y la libertad.

Los seres humanos seguirán con sus herejías de ayer y de hoy para tratar de empequeñecer la obra de Dios y encajonarla en categorías fragmentarias. Se va de un extremo a otro, pero siempre cerrándose en pequeñas categorías: o sólo lo social, o sólo lo político, o sólo lo psicológico, o lo interior personal.

El Reino de Dios anunciado por Cristo implica mucho más: de un cambio radical en las relaciones entre los seres humanos, donde el servicio mutuo sustituyera al egoísmo y al dominio; donde se respetara toda vida; donde el amor no se viera esclavizado por el placer sexual irresponsable; donde reinase la libertad, tanto exterior como interior; donde fueran derribados todos los ídolos de este mundo y se implantara la soberanía del Dios de vida y de salvación en los corazones y en la vida social.

Misteriosamente, ese Dios respeta la libertad humana, por lo tanto el Reino tiene que venir en un proceso de crecimiento individual, social, universal. Siguiendo el proceso histórico que nos enseñaron los judíos, el Reino de Dios tiene que ocurrir en una evolución en el tiempo. El Reino es «ya» una realidad, y al mismo tiempo, «todavía» será una evolución dinámica a la que todos los seres humanos estamos invitados a participar y completarla.