La gloria de la paternidad 
Autora: Esther Sousa

 

 

Náusea era lo que en resúmen Sartre y los “modernistas” sugirieron que era la existencia. Del vínculo de paternidad dijeron… ¡está podrido! (1). Ideas neoliberalistas estigmatizaron la paternidad como si fuera una imposición aplastante, por un lado; y por el otro, como una responsabilidad alienante. Hoy la generación “sin padres” atestigua la destrucción que ha dejado esa mentalidad: la falta de identidad, la carencia de principios, el individualismo desnaturalizado, la ilusión de un derecho falso a libertad infinita; en resúmen, una cultura de muerte que destruye las personas.  

Pero ¿cómo reedificar al ser humano como persona, y cultivar la civilización de la vida?  

El eclipse en la era post-moderna terminará cuando empiece a brillar el resplandor de la paternidad. Pero  ¿cuál auctoritas edifica al ser humano y a la civilización de vida?. (2). La verdadera paternidad no se define desde el padre humano; hay que remitirse a Dios, porque Dios es origen de toda paternidad en el cielo y en la tierra: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (3). La paternidad es don, es decir, capacidad difusiva del ser, lo cual es sin duda algo que nos sobrepasa.  

El vínculo entre padres e hijos se ha debilitado por varias razones. Entre ellas: la carencia de alianza de las parejas, el nihilismo gayo, y el rechazo al ser. (4). Estos problemas nos llevan a buscar en las experiencias originarias, los posibles motivos del vacío. La ausencia de amor gratuito y de acogida a la persona, por un lado; por el otro, la falta de autoridad que transfiere valores y conduce (auctoritas) a la persona al crecimiento por camino cierto y para su cumplimiento, son la causa de base. 

 

Elementos inseparables de la nupcialidad connatural al ser humano: la diferencia sexual, el amor como don total de sí, y la procreación, se han desorbitado por el rechazo, el nihilismo y la irresponsabilidad, y es justo recuperarlos en caridad y verdad. Al ser humano le es imposible evitar enfrentar la soledad originaria al madurar, y buscar una compañia adecuada para toda la vida. Al mismo tiempo, conocer la muerte lo remite al futuro buscando la consolación que se halla en la generación de los hijos (5). El vínculo inseparable de unión-procreación es un designio providencial de Dios en la ley natural pero que la naturaleza caída por el pecado necesita de la redención que hace Cristo, y la gracia emana del sacramento. El matrimonio y la familia es el plan divino y natural que salva al ser humano. Sería una falsa ilusión querer abolir la familia para abolir la conflictualidad que existe; esto significaría tener que abolir la coexistencia entre los seres humanos, lo cual es imposible. (6) El ser humano es nupcial y tiene un profundo llamado a cumplir su vocación al amor, según el plan Divino.      

Las dimensiones de acogida y gratuidad, y de orden e intercambio, que cumplen la madre y el padre según su diversidad específica, proceden de factores de la paternidad de Dios: origen, camino y destino. La palabra padre significa el origen y al mismo tiempo el protector y promotor de la vida. Del padre depende la vida del hijo; él la da y la acepta libremente. El padre representa el orden legítimo de la vida, el discernimiento del bien frente al mal; la definición moral del horizonte de la libertad, en la verdad. Es expresión del poder y la autoridad, así como de la entrega, la bondad, la asistencia y la ayuda. (7) Por eso el Hijo llama Abba al Padre (8) con afecto filial y nos lo revela como Padre Nuestro (9).  El es Rostro del Padre (10) que restaura la imágen y semejanza perdida, de hijos. (11)          

El individualismo cultural ha querido re-definir al hombre ideal como aquel que se hace a sí mismo; lo cual no es factible. Hoy se concibe erróneamente al <ser humano> como <ser autónomo>, como individuo y no como persona; como si estuviese desligado de todo vínculo y fuese <infinitamente> libre, o sea, desnaturalizado. (12) El error se extiende a todos los vínculos: conyugal, de paternidad y filiación, fraternal, y de amistad. La soledad parece irresuelta, pero tiene un gran recurso en el llamado contínuo, externo e interno, con que el Dios atrae misericordiosamente a la conciliación. (13)  

El rechazo de la paternidad afecta no sólo las dinámicas sociales de la persona, sino su identidad personal. Privarse de la experiencia original de dependencia y sumisión, de ser hijo, como un hecho insuprimible, tiene consecuencias para toda la vida (14).  Sería desradicarse, y sin la filiación, acabaríamos perdiéndo la escuela suprema de educación en la realidad. Lo mismo ocurre con el desprecio al hijo, en el aborto y el abandono; produce desradicación y afecta la identidad. El hijo es persona y relación a la vez, y está vinculado a la unidad y a la identidad de sus progenitores.   

Sin padre ninguno ayudaría al ser humano a entrar en la realidad tal como es; llegaría a confundirla con el objeto de sus propios sueños y con la extensión de sus propios deseos e instintos, y creería que la libertad humana es <infinita>. (15) El padre es el que entrega a los hijos una visión de la vida; y el hijo, siendo capaz de juicio, elige (16). La dimensión moral de la paternidad, es la transferencia del valor. La ley del intercambio (llamada ley del trabajo), y la educación en el orden moral (ley natural, Decálogo), introducen al hijo originariamente en la verdadera libertad (17).  

El padre como ser humano, contesta inevitablemente la pretensión de autosuficiencia por la parte del hijo, el cual no se puede concebir como “creador” del propio yo, ni como la fuente misma de la realidad (18). La experiencia sana de filiación conduce a la persona a la verdad y la humildad (19). La mayoría de edad, en el sentido paulino, no es un capricho despótico y egoísta de emancipación, sino libertad que se manifiesta en el amor y el servicio (Gal 15, 13). La manifestación del reinado y de la gloria del Padre es pues, el advenimiento del reino de la libertad y del amor (20).  

La madre al aceptar y amar al hijo, encarna también el rostro transfigurado del Padre. ¿Qué mayor misericordia al prójimo, pequeño e indefenso, que el abrazo y la sonrisa en el rostro amoroso de la madre? ¿y qué mayor gozo, que la mirada maravillada con la que el hijo, arrebatado, capta la sonrisa en el rostro de la madre y aprende que el ser, todo el ser, que brilla luminoso para él en aquel rostro, es amor que se comunica, y que comunicándose, dice, revela? (21). El <autoconocimiento del yo> se adquiere originariamente en el diálogo del yo-tu, entre el niño y la madre. La ternura maternal es don providencial del Padre que afirma, recupera y acompaña al ser humano.  

Madre Teresa de Calcuta recogiendo a los moribundos, a los más pequeños e indefensos, a los abandonados, es una transfiguración de maternidad. Su glorioso ministerio de acogida y recuperación del ser es experiencia de la ternura de Dios que lo despierta a la vida; le revela pontificalmente la última y fundamental relación personal que tiene el ser: Dios, en su Caridad infinita. Ella remite al ser a creer, esperar y amar, y así lo conduce a la salvación. Santa Teresa ha nutrido el ser de miles de personas con su maternidad, con la celestial acogida que sólo procede de Dios y que imita a la Madre Llena de Gracia.     

La madre es la que introduce a cada hijo en la dimensión gratuita e incondicional de la existencia, de modo que como hijo puede afrontar toda la realidad a partir de la experiencia de ser amado (22).  

Dejamos excluído el malentendido sexista del concepto religioso de paternidad. En el AT la paternidad de Dios se expresa como amor misericordioso, también con los rasgos femeninos y maternales: “…seréis alimentados, en brazos seréis llevados; como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré”(Isaías 66, 12-13; Oseas 11,1,etc.) (23)  

Madre y padre cumplen con las dimensiones de gratuidad y de intercambio que son necesarias a la persona humana. Si el padre inicia al hijo en la ley del intercambio o del trabajo, como ley de crecimiento de vida; y la madre ayuda al hijo influyendo con la dimensión gratuita del amor incondicional, ambas dimensiones de la existencia son recíprocas y no-contradictorias; y ambas proceden de la imago Dei. Entre las Personas Divinas ambas leyes se dan de manera unitaria y recíproca. (24)  

Los tres factores de la paternidad: origen, camino y destino, corresponden a tres niveles de la libertad que son necesarios a la persona: el afecto ontológico o amor naturalis; la capacidad de elección del bien moral; y la capacidad de adhesión al infinito, es decir, a Dios, porque es capax Dei. (25).     

Otras tradiciones religiosas –de altísima espiritualidad- ignoran la encarnación de Dios; conciben como blasfema la dimensión de la familiaridad, si ésta se predica de Dios. Creen que Dios no es Padre ni Hijo; que no tiene Madre, ni llama a hermanos a los hombres; que es misericordioso con ellos pero no pretende su amor, sólo su adoración y obediencia. Que el amor no es un precepto, sino sólo es precepto la santa voluntad de Dios, y que Dios es una trascendencia absoluta que no comporta relacionarse con el hombre bajo el signo del amor sino de la voluntad, es su principal dificultad (26). Bajo esta creencia han concebido su gobierno político y sistema legal, y justifican el Yihad, la guerra ofensiva, aún a costa del suicidio y  homicidio, por la intolerancia que genera.  

Por otra parte, los gobiernos totalitarios y ateos, siempre reflejan rigidez en la patria potestad y un culto a la personalidad del dictador, así como al Estado. (27)

Cristo nos revela el verdadero Rostro del Padre, como la Buena Noticia. Su misericordia omnipotente llega a nosotros a través de su Palabra y de sus acciones en el Evangelio y en los Sacramentos de la Redención, impartidos por sus ministros ordenados: obispos y sacerdotes, que actúan In Persona Christi, según la tradición y la sucesión apostólica. Los Sacramentos (28) santifican a cada persona, con el Espíritu Santo, por la gracia eficaz de Cristo.  

Es necesario para los que tienen a Dios como Padre, tener también a la Iglesia como Madre.     

El santuario doméstico (29), la familia, vive del misterio del amor de Cristo y la Iglesia; y en el misterio de la comunión trinitaria de las personas, a imágen de Dios.      

La sacralidad de la persona manifiesta su dignidad, al ser templo del espíritu, y un ser llamado a la santidad. La vida del Espíritu Santo se traduce en la vida personal, familiar y social, como participación en la acción salvadora de Dios. La eternal alianza de Dios con el hombre, se verifica en 7 obras sacramentales: acciones y palabras, de Cristo, que encontramos en el evangelio, y que de manera esencial son:   

1) la incondicional acogida a los hijos siempre, desde la concepción y al sumergirse en el amnios de la madre, como don de Dios y miembros de la familia (bautismo); 2) la afirmación de los padres a los hijos en los valores cristianos, por medio de su autoridad, y de su educación en el orden natural y moral de la ley de Dios, enderezando sus sendas; alabando siempre todo lo bueno en ellos (confirmación); 3) el llamado a la reconciliación y al perdón, que restaura los vínculos de la caridad, de la comunión, cuando se cometen ofensas (reconciliación); 4) la comida familiar cotidiana compartiendo los alimentos, las experiencias dolorosas y gozosas del día, las palabras que animan, y la nutrición al cuerpo (eucaristía); 5) la renovación continua de la alianza conyugal de los esposos, y como padres, inspirados en el amor de Cristo y Su Iglesia. La preparación y orientación, remota y próxima, de los hijos en su vocación humana al amor y a la vida, en las dos vocaciones fundamentales: el matrimonio y la familia; y el celibato o virginidad consagrada a Dios (matrimonio); 6) la preparación de los hijos para su misión y responsabilidad cristiana en el mundo, como sacerdocio real y profético de los bautizados, que los padres heredan a sus hijos y para ser luz del mundo (orden sacerdotal); y 7) la atención y los cuidados a los enfermos y ancianos de la familia, incluyendo las visitas y el acompañamiento (unción de los enfermos).   

La gloria del Padre se revela, una y otra vez, como alianza de amor en un arco de los 7 colores; como el fin del diluvio. Y ahora también mejor, en Jesucristo, en persona.     

 

NOTAS:  

(1)“No existen padres buenos, es la norma; no acusemos a los hombres, sino al vínculo de la paternidad, que está podrido. No hay nada mejor que “hacer” hijos; en cambio, ¡qué iniquidad” tenerlos”! Si hubiese vivido mi padre se habría impuesto en mi vida y me habría aplastado…He dejado trás de mí un muerto joven que no tuvo el tiempo de ser mi padre, y que hoy, podría ser mi hijo. ¿Ha sido bueno o malo? No lo sé, pero suscribo con gusto el veredicto de un eminente psicoanalista: no tengo super-yo”, Jean.Paul Sartre, Les Mots, Paris, 1964, 11.  (2) Al decir “paternidad” nos referimos a ambos terminus: paternidad y maternidad, a menos que se especifique. La autoridad del padre (auctoritas) se funda en que es el origen y el promotor de la vida (auctoritas viene de augere = aumentar),  Walter Kasper, “EL Dios de Jesucristo”, Ed. Sígueme, Salamanca, 2001, 166. (3) Efesios 3, 14-15; W. Kasper, ibidem 168. (4) Angelo Scola, El Misterio Nupcial, Ed. Encuentro, Madrid, VII; referencia a Xavier Lacroix, Conferencia de Laterano. (5) “No es bueno que el Hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda que le sea similar” (Gen 2, 18). El Papa explica dos significados de la soledad originaria: la que deriva de la misma naturaleza del ser humano, y la que deriva de la relación varón-mujer. Juan Pablo II, “Catequésis sobre el amor humano”, V, 44-47. (6) Francesco D’Agostino, “Líneas de una filosofía de la familia”, Ed. Guiffré, Milano, p.42. (7) W. Kasper, ibid. 161; A. Scola, ibid. 308. 

(8) “En el momento que el Padre transfiere todo al Hijo, en este todo está incluída la libertad paterna. Precisamente esta transferencia es objeto de maravilla, de agradecimiento y de estupor infinitos. En efecto, el gesto de eterna transferencia del Padre al Hijo constantemente presente no se puede nunca considerar concluído, acontecido o debido más allá de la libre efusión del amor. Aunque es memoria infinita, dicho gesto permanence siempre el ofrecimiento perennemente nuevo, esperado, en cierto sentido, con un infinita y amorosa confianza.”, H. U. Von Balthasar, “Si nos os hacéis como este niño”, Casale Monferrato, 1995, 29-30.; “En el principio existía el Verbo y el Verbo  estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por El y sin El no se hizo nada de cuanto existe. En El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”, Juan 1, 1-3.  (9) Lucas 11, 1-4.  (10) “El que me ha visto a mí,, ha visto al Padre”, Juan 14, 9; “Dios es amor’, I Juan 4, 8. (11) “Primero Dios crea y gobierna el mundo por medio de su Hijo. El Hijo procede eternamente de Dios, más no <materialmente> mediante generación, como en el agnosticismo, sino espiritualemente mediante la voluntad, concretamente mediante el amor. ..Como el hijo procede de la libertad en el amor y, como tal, es diseño y modelo del mundo, Dios gobierna el mundo mediante El, sin violencia ni coacción; el mundo está destinado a la libertad. El Logos es para nosotros la imágen y el camino para el conocimiento del Padre.  Al Hijo sólo podemos conocerlo por medio del Espíritu Santo. Como Dios obra en nosotros por medio de Cristo, así volveremos al Padre en el Espíritu Santo por medio de Cristo”, W. Kasper, El Dios de Jesucristo, 292. (12) A. Scola, Ibid. 308.  (13) “Golpeé la mesa y grité: No más / me largo./ ¿Y qué?, ¿habré siempre de sollozar y sufrir? /  Mis versos y mi vida son libres; libres como el andar / sueltos como el viento, amplios como un mercado./ ¿Deberé siempre vestir el traje? / No habré más que tener sino espinas / que me hagan sangrar y nada que restaure. / ¿Qué he perdido con un fruto lleno de vida? /Fuera, estad alerta; me largo …/Pero mientras daba vueltas a todo y crecía en la furia y la jactancia / a cada palabra…,/ me pareció oir …Uno que me llamaba: <Hijo>./ Y yo respondí: <<Señor  Mío>>. George Herbert, “The Collar”, cita Francesco D’Agostino, ibid. 70. (14) A. Scola, ibid. 308.  (15) El ser humano es finito, pero con apertura al Infinito. Su libertad no es realmente elaboración suya; sino la virtud de la imágen y semejanza de Dios: camino, verdad y vida. Consultar W. Kasper, ibid. 182; A. Scola, ibid. 308. (16) A. Scola, ibid. 311. (17) “Valor es todo aquello que permite dar un significado a la existencia humana, todo aquello que permite ser verdaderamente hombre…-los valores no existen sin el hombre que, con ellos es capaz de otorgar un significado a la propia existencia”. Gevaert, J. “El problema del hombre. Introducción a la antropologia filosofica”, Salamanca, 1997; A. Scola, ibid. 229. (18) A. Scola, ibid. 322. (19) “Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma”. S. Teresa de Lisieux, “Historia de un alma”, Obras Completas, Ed. Monte Carmelo, Burgos 1997, 85. (20) W. Kasper, ibid. 171. (21) Hans Urs Von Balthasar, “El camino de acceso a la realidad de Dios”, Mysterium Salutis, II, II, Madrid, 1969, 41-74. (22) A. Scola, ibid. 311. (23) W. Kasper, ibid. 168. (24) A. Scola, ibid. 311. (25) A. Scola, ibid. 320. (26) F. D’Agostino, ibid. 46-47.  (27) Los Estados libres, de Derecho, aceptan el derecho humano de libertad religiosa, primera de las libertades humanas, conforme a la ley natural. Es un hecho que el primer mandamiento contiene garantías para las naciones, de una libertad auténtica y de la desaparición del totalitarismo. (28) Los siete sacramentos de la Iglesia, Catecismo de la Iglesia Católica, 1210-1666, Ed. Doubleday, 1997. (29) La familia como <iglesia doméstica> se menciona por primera vez en el Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium (# 11); y es central en la Familiaris Consortio (# 21), de Juan Pablo II.  

(Esther M. Sousa, estudió master en Persona, Matrimonio y Familia, en el Instituto Juan Pablo II, de la Universidad Lateranense, Roma).