Tu justicia

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB




Hola Jesús

¿Qué tal andas? Me imagino que bien pero siempre preocupado por los hombres y los jóvenes en particular. Nos ha tocado vivir una época en la que nos cuesta “gustarte y “saborearte” como tú te mereces.

Pero nos ocurren cosas graves. Muchos de mi edad estamos en paro. Deseamos trabajar para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Y ya ves. No hay quien nos dé trabajo. Es una de las lacras de nuestro tiempo. La tecnología nos roba los puestos de trabajo.

Ante estas circunstancias, como joven creyente, siento tus palabras del salmo como una dulce canción que vienen a refrescar y aquietar mi turbación: ”Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Que te conste, Señor, que vengo a ti, no buscando un refugio, sino para encontrar sentido a mi paro. Tú bien sabes lo que me muevo para encontrarlo. Nadie me contrata. Recuerdo que tú ibas a las plazas para contratar a todo el mundo y le pagabas lo mismo. Tu justicia es distinta a la nuestra.

Tu “gustad”, me suena a una invitación personal. Tienes razón. No gusto las cosas tuyas con la profundidad que debiera. Me devora la urgencia de encontrar un puesto de trabajo. Esta inquietud no me deja vivir tranquilo. Todo esto, al fin y al cabo, está haciendo de mí un joven que no siente mucho tu presencia y no percibo como antes el don sagrado de tu experiencia en mi vida personal.

Y, sin embargo, tus palabras me invitan a mí y a los de mi generación a que no reflexionemos tanto y tan negativamente y nos comamos tanto el coco, sino a que gustemos el don de tu influencia benéfica en nuestra vidas, pero sin descuidar nuestro deber.

Hoy, más que otras veces, parte de mis colegas andan separados de ti. Se han apartado de tu órbita para encontrarla en otras cosas. Creo que , aunque no tenga mucho dinero y me asole la falta de trabajo, sigo unido a ti en todo momento. Gusto de tu bondad, de tu belleza y de tu verdad. Nadie me aparta de ti. Disfruto profundamente de tus realidades, convertidas en vida en la mía. No hay nada que me detenga ante lo que tú me ofreces. Muchas veces, tú lo sabes bien, a algunos del sector laboral, tú no les dices casi nada y tampoco tu misma Iglesia , a pesar de que haga mucho bien a los necesitados y escriba documentos preciosos sobre la dignidad del trabajo, la solidaridad y el derecho al mismo. Soy un afortunado, porque, aún sufriendo en mis carnes este problema que te comento en mi carta, continúo apegado a tu gozo íntimo. Para experimentar esta alegría no hace falta nada más que tú y yo. Sobre todo yo: abierto al gozo íntimo de tu presencia. Sé que en contacto contigo no me vengo abajo y espero ilusionadamente que mis planes de vida se cumplan cuando llegue el momento.

Estas palabras les resultan a muchos de mi generación como raras y extrañas. Sin embargo, veo en ellas una sabiduría que no tiene límites. No se trata de razonar fríamente con nuestra cabeza la hora y el momento de nuestro contrato laboral, sino más bien de estar recibiendo en nuestra alma las emisiones de los frutos de tu Espíritu: bondad, amor, alegría, paz.

Noto, Señor, que de este modo, no se turba mi conciencia como la de tantos amigos míos. Salen de casa. Recorren empresas y empresas y sólo hallan la respuesta “no“ a sus llamadas insistentes de petición de trabajo.

Espero que, cuando menos lo piense, alguien me llamará a trabajar en algún sitio. Y si no me sale trabajo, ya sabes que me iré con alguna ONG a otro país en donde pueda trabajar a fondo perdido y sentirme feliz.

Comprendo, Señor, que mi carta anda entre la alegría que siento con tu presencia, tu gozo y mi mundo personal, agitado por la falta de trabajo. Pero no quiero cansarte más. Recibe las alegrías de este joven obrero, que, aunque pobre, está unido a ti.

Gracias por escucharme. Te quiere,
Federico, 18 años