Padre Nuestro

Autor: Francisco Andrés Flores

 

                   

Dedicatoria D.O.M.  

Mis primeras y últimas palabras

serán para quien solo por amor

aceptó el odio y respiró el dolor

que habitaron por siglos esta tierra:

 

aquel que pobre entre los pobres era

y siendo Líder se hizo servidor,

siendo Rey, siervo ; hombre, siendo Dios,

para alumbrar la oscuridad humana.

 

Así la historia tuvo su mañana

cuando desde lo alto vino el Día

a revelar su belleza y su verdad,

 

y así le cantan mis palabras vanas

al Ser supremo que salvó mi vida:

Aquel que era, que es y que será.  

 

 

Padre Nuestro.

 

Padre que estás en el cielo

sobre el ábside del mundo,

que con tu aliento fecundo

diste vida a todo ser,

que el mundo viniste a hacer

por tu designio amoroso,

que el firmamento grandioso

pusiste lleno de estrellas

y coronaste con ellas

tu obra ante nuestros ojos :

 

Que sea santificado

tu Nombre sobre la tierra

y que tu gloria se yerga

sobre todas las naciones ;

sepan las generaciones

la grandeza de tu amor

y que toda la creación

se postre para adorarte,

pues justo es glorificarte

como Dios y Creador.

 

Venga a nosotros tu Reino,

tu morada de justicia,

aquel de cuyas primicias

habla el cielo y su grandeza,

aquel de cuya belleza

habla toda la creación

y que en nuestro corazón

comienza para este mundo,

y es hogar, casa y refugio

para quien busque tu amor.

 

Hágase tu voluntad

en la tierra y en el cielo,

porque bueno es tu deseo

y grande nuestra maldad ;

quien conoce tu bondad

sabe que rectos caminos

solo alumbran tus designios

para quien el bien desea,

y que sabio es quien se esfuerza

por cumplir tu voluntad.

 

Danos el pan de este día

y sobre todo hambre y sed

de la justicia y el bien

que el triste mundo adolece,

dale ayuda al que carece

de familia y de sustento,

dale alimento al hambriento,

salud al que desfallece,

y a tu pueblo del pan ese

que baja limpio del cielo.

 

Perdona nuestras ofensas

como lo hacemos nosotros

cuando es la mano de otros

la que golpea impiadosa,

y haz que se muestre gozosa

la mejilla aún intacta

a la mano que se jacta

de repartir su violencia:

sea tu ejemplo de paciencia,

en la tormenta, mi calma.

 

En la tentación, Señor,

no dejes que claudiquemos,

porque es espíritu es presto

pero no lo corporal ;

sin el límpido caudal

de tu gracia salvadora

será mi alma perdedora

en tan desigual combate,

y en vano lucha y se bate

sin tu mano redentora.  

 

Líbranos de todo mal,

Señor, en este camino:

que no sorprenda el maligno

nuestros brazos indefensos,

que no caigamos inmersos

en el fango del pecado

y que, limpios y templados,

nos encuentre tu venida

para vivir ese día

que no conoce el ocaso.

 

Esto es lo que te pedimos,

Señor, con nuestra garganta,

pero que vibra y que canta

lo que dice el corazón,

lo que bien nos enseñó

la Palabra de tu Hijo,

lo que el Espíritu mismo

susurra en el pensamiento,

lo que clama el sentimiento

y el alma en un solo grito.

 

Tuyo es el Reino, Señor,

tuyo el poder y la gloria,

tuyo el rumbo de la historia,

tuyo el saber y el honor ;

tuyo el ímpeto motor

que en estos lánguidos trazos

mueve mi mano y mi brazo

tras de tu amor, llama viva,

que ha iluminado mi vida

y la llama a tu regazo.