Correo LXIII: Ana y su equipaje para una isla desierta

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 

¡Qué bien te lo estás pasando con tus amigos que han venido de Madrid! ¡Cómo me gusta que tus relaciones con tus amigos de la infancia se afiancen y descubras que os gusta recordar el pasado y lo hacéis presente en la medida que lo recordáis! ¡Me hace gracia la anécdota que comentó tu amiga Margarita cuando estabas jugando en el parque, cuando erais pequeñas, y te hiciste una herida en la mejilla! ¡Si, los otros nos ayudan a recordar nuestra existencia y nos hacen saber que tenemos memoria; Si, a veces, los otros son “nuestra memoria” y nos ayudan a no olvidar nuestro pasado!

Juana, una de tus amigas de la infancia, te preguntó qué tres cosas te llevarías a una isla desierta de todo lo que tienes. ¡Y comentas que te dejó sorprendida con aquella pregunta! ¡Y afirmas que aquella pregunta te hizo pensar sobremanera!

Me dices que no supiste que contestar de inmediato. ¡Una pregunta que te haga elegir siempre es comprometida aunque sea un juego de adolescentes!

Y ahora, en este ámbito de intimidad donde te vas encontrando a ti misma, me dices, después de haberlo pensado muy bien, que te llevarías un ordenador, una guitarra y un teléfono. 

Un ordenador para poder trabajar y conectarte con todo el mundo por medio de Internet, especialmente conmigo. ¡Gracias por lo que me corresponde!

Una guitarra para sentir en tus dedos la esencia misma de la música y el canto para llenar tu alma de alegría y de paz. 

Un teléfono para sentir que no estás sola y que más allá de tu propia existencia hay seres que te recuerdan y te llaman a menuda. 

¡Cómo me agrada tu elección y cómo me gusta el saber que tu elección misma te lanza más allá de ti misma y de tus propios vacíos, y te hace sentir viva y comunicativa! ¡Me encanta tu elección!

Ana, tu elección por la música te hace sintonizar con lo mejor de la humanidad y con el lenguaje más auténtico del ser humano. 

Sin duda alguna, que cuando tu alma quiere buscar un lenguaje adecuado para manifestar su interior no busques demasiado en los rincones del pensamiento ni en los pilares de la técnica, sino en las cuerdas de la guitarra y en los suspiros del corazón.

Los grandes pensamientos de ayer fueron reelaborados y adaptados a la música para que calaran en las grandes masas y el lenguaje de la música unifica a los pueblos, sean de África, América, Asia, Europa u Oceanía.

San Agustín de Hipona repetía que el que canta reza dos veces, y la música rompe las ataduras de la soledad y el dramatismo de la división.

¡Si, Ana, canta una canción que te devuelva el calor palpitante de tu propio origen y te traiga sin demasiado retraso el calor desmedido de lo eterno y la multitud de solidaridad que necesita nuestra conciencia para salir airosa de su pasividad!

Si quieres romper el lazo que te une a la brutalidad y al salvajismo, escucha entera una canción y descubrirás que no hay otro lenguaje que puede expresar mejor los sentimientos del hombre.

Un amigo.