La factura

Autor:  Fernando Morales

Fuente: Gama

 

 

Tema general: Dos posturas ante las iniciativas de ley para la reproducción asistida

Resumen: El problema está en si el hombre será capaz de hacer frente con la ciencia y con la técnica a las consecuencias que necesariamente vendrán de esta revolución copernicana; si será capaz de crear un orden equilibrado en el nuevo mundo que está diseñando. 

En algunos países del mundo de nuevo se enciende el debate. En otros, las propuestas sobre reformas a leyes de reproducción, abren un nuevo capítulo de esta ya cotidiana discusión sobre temas éticos. Parece que las posiciones se distancian cada vez más, ya se trate de genética, medicina, política familiar o leyes educativas y no se alcanzan a entrever puntos de acuerdo. Muchos son los que toman posición sin la menor preocupación por informarse y no es extraño ver discusiones radicalizadas, entre otras causas, por ciertos sectarismos. 

Sin embargo, aún quedan personas dispuestas al diálogo, no para conciliar lo inconciliable, sino para ver honestamente qué posición es la correcta, sin prejuicios y con razonamientos serios. Es allí donde quisiera situar estas líneas. 

Supongamos que detrás de ambas posiciones, sea a favor, sea en contra de estas leyes, hay personas sinceras que, ajenas a intereses de partido o a convicciones irracionales e ideológicas, buscan con honradez y sensatez lo mejor para la sociedad y para los individuos. ¿Cuál es, pues, la visión del mundo y del hombre que tienen éstos? ¿Cómo entienden el funcionamiento de la sociedad y la vida de los individuos? 

En primer lugar ¿qué es lo que motiva a quienes impulsan y apoyan estas nuevas leyes? Ante todo consideran que la sociedad perfecta es aquella en la que los individuos puedan realizar libremente todo lo que deseen, sea lo que sea (es lo que llaman tolerancia), siempre que no estorben, ni en lo mínimo, a la tranquilidad de los demás. La función del Estado sería entonces garantizar esta “libertad”, permitiendo todo lo que sea compatible con esta pretensión, y prohibiendo lo que pudiera violar la tranquilidad de otros sujetos. 

Por tanto, la única norma a respetar sería la voluntad de los individuos (respeto al derecho ajeno), y cuando estas voluntades entran en conflicto, entonces, matemáticamente, se escoge la voluntad de la mayoría. La única excepción es si la mayoría es considerada intolerante, pues rompe la armonía que se pretende. Cualquier norma moral fuera de este orden se considera dogmática y carente de sentido. 

Dar a las parejas del mismo sexo el estatuto de matrimonio no es sino un paso más para garantizar que todos los individuos puedan hacer su propia voluntad. Sólo dentro de esta lógica es comprensible el interés que hay por financiar con dinero público, en algunos países, las operaciones de cambio de sexo. Queda también clara la posición de quienes no calificaron de delito el caso en que un hombre practicó canibalismo con una víctima voluntaria. 

Ahora veamos qué piensa la posición contraria, que puede resumirse en la máxima “Los hombres perdonan a veces, pero la naturaleza jamás”. 

Quienes se oponen a estas leyes creen que una sociedad puede mejorarse o destruirse a sí misma según sea más o menos humana, según respete o no la naturaleza del hombre. Habría un límite natural que, queramos o no, es infranqueable. 

Para éstos, que el matrimonio sea entre hombre y mujer, o que los seres humanos nazcan en una familia con un padre y una madre, no es cuestión de costumbres sociales heredadas sino parte esencial del hombre, necesaria para un desarrollo humano adecuado. 

El debate entonces pasa a un campo más filosófico. ¿Quién puede decir qué es bueno y qué es malo? En definitiva, ¿quién sabe realmente cuáles son estos límites? Sin embargo, para quien defiende un límite racional no es tan difícil ver en la procreación in vitro de seres humanos sin padre o sin madre una aberración que no tardará en pasar factura a estos niños y a la sociedad entera. 

En resumen, la diferencia entre ambas posturas está en si el mundo y el hombre están hechos inteligentemente, para un fin concreto, o si es el hombre quien, ante la ausencia de orden, toma las riendas según su propia voluntad. 

Hasta aquí la exposición, más o menos simple, de las dos partes en conflicto, destinadas a seguir viviendo juntas en una misma sociedad. El problema es que no da igual quién tiene la razón y, por lo mismo, no da igual cuál de las dos prevalecerá. Si una de las posturas es verdadera, la otra es necesariamente falsa y sólo podrá llevarnos a la ruina. 

Estamos presenciando un momento de profunda mutación de esquemas, en el que la antigua visión de las cosas está siendo cuestionada y suplida por la voluntad de poder que pretende una revolución total de las ideas y de las costumbres. Ahora ha de hacerse todo cuanto la ciencia y la técnica permitan para realizar nuestros deseos, sea en el campo médico, genético, psicológico o social. 

A fin de cuentas el problema está en si el hombre será capaz de hacer frente con la ciencia y con la técnica a las consecuencias que necesariamente vendrán de esta revolución copernicana; si será capaz de crear un orden equilibrado en el nuevo mundo que está diseñando. 

Es evidente que dentro de treinta años, en Europa, por ejemplo, pero también extensivo poco a poco a países latinoamericanos, a causa de la baja natalidad, una minoría de jóvenes tendrá que mantener económicamente a la mayoría de la población. Algunos gobiernos pretenden comenzar a tomar medidas como retrasar la edad de jubilación, pero tarde o temprano la situación será insostenible.  

Otro tanto puede decirse de las políticas familiares. Si no existe ningún límite sagrado (olvidado el concepto natural de familia y sustituido por la agrupación voluntaria y temporal de seres humanos), una vez hecha posible la generación, diseño o adopción de hijos a voluntad, no hay razones para considerar imposible la legalización, por ejemplo, de la producción de niños sin padres que los encarguen, o del intercambio de hijos entre familias, por ejemplo en casos de graves problemas de incompatibilidad psicológica. En definitiva, no existe nada que no pueda ser legalizado y “normalizado”, siempre y cuando pueda hacerse del agrado de la sociedad. 

Estos y otros muchos problemas tendrá que afrontar la sociedad del siglo XXI. Quizá sólo nos queda esperar que, una vez abierta la caja de Pandora, el hombre sea capaz, con ayuda de la ciencia, de hacer frente a estos desafíos. Pero, y si no lo es, ¿quién pagará la factura?