Dar calor como el buey

Autor:  Roberto Carlos Lazalde

Fuente: Gama

 

 

 Año 1223. Nos encontramos en Greccio, Italia. Es invierno. Hace frío. Las manos del hombre enamorado de Dios revientan de sabañones. Sin embargo su corazón está caliente y sólo piensa en cómo llenar de ese calor a los demás, sobre todo a los que tienen más frío: a los que se sienten solos, a los tristes y desamparados.

Ha llegado el alba de un nuevo día. La neblina va dando permiso a los rayos del sol que, tímidamente, saludan a todos. Los pinos parecen ancianos de cabellos grises, con sus ramas verdes teñidas de escarcha. “¡Hay que revivir la primera Navidad!”, grita el corazón de Francisco. Coloca en una cuna rellena de paja caliente un niño recién nacido. A su lado, una mujer de mirada pura y un hombre sencillo, acompañados de un burrito y de un buey. Todos los árboles del bosque quieren ser los escogidos para cubrir la conmovedora escena.

Llegan aldeanos de todos los rincones. Todos cantan, sonríen y gozan. Sigue afluyendo los ríos de familias a contemplar la escena. Son tantos que continúa la representación ocho días después del 25.

La idea novedosa y original, surgida de un corazón enamorado, se esparce por Italia, por Europa y por todo el mundo. Cada familia quiere tener su propio nacimiento, su Belén. Los personajes y animales vivos se van sustituyendo por figuras de barro, de porcelana, de papel y de madera.

Desde entonces, se escoge al niño más expresivo, la Virgen más bonita, el San José mejor acabado. Hay pastores, reyes magos, campesinos, ángeles y demonios. Y sin pensarlo dos veces, se escoge un burro y al buey. Y se colocan porque hay que colocarlos. Nadie se fija en ellos, pero no pueden faltar.

En esta Navidad nos podemos fijar en el buey. Si está ahí es por algo. Nos deja dos razones que puedan ser útiles en nuestra vida.

La primera: el buey no entiende el misterio que está sucediendo a su alrededor: injusticia, violencia, soledades disfrazadas de droga y alcohol, problemas, tensiones, conflictos. Tenemos que seguir cuestionando y encontrando los porqués de todo lo que nos atañe y nos rodea. Aunque las soluciones no lleguen y las respuestas aún no se encuentren, hemos de seguir ahí, presentes en el puesto donde nos toca responder. Como el buey del Belén.

Tal vez nos encontramos en un etapa de nuestra vida que nos está costando de manera especial, que es, de alguna forma, casi un misterio para nosotros. No entendemos lo que nos está sucediendo. No importa. Tenemos que seguir adelante, sabiendo que hay un Dios que nos ama y que viene para estar a nuestro lado, aunque no lo entendamos del todo.

Además de estar donde debe estar, da lo mejor que tiene: ofrece su aliento para calentar al niño. Mientras los demás miran él colabora, aunque sea con lo poco que puede, pero no deja de darse y ofrecerse para mejorar su alrededor.

¡Qué diferente sería todo si cada uno de nosotros, en su puesto, diera lo mejor de sí mismo! Sin desfallecer. Venciendo los embates del desánimo y del cansancio. Convencido de que he de ser el mejor en mi puesto. Dando siempre aliento y calor a los demás como el buey del Belén. Me lo agradezcan o no. Lo valoren o no. Sabiendo que Dios, que está a mi lado, siempre me lo reconocerá.

Estamos convencidos de que en nuestra vida, Dios nos da la solución con lo pobre, lo miserable. Navidad es alegría. La alegría de la misericordia de Dios, del corazón en medio de la miseria, del amor de Dios sin medida. Al compartir nuestra pobreza y debilidad, se convierte en un Dios amigo. Su conducta se llama misericordia. Misericordia que transforma la miseria del mundo, sobre todo esa miseria espiritual sin sentido, del vacío y del dolor. La mía, la nuestra, la de todos.

Miseria, viene del latín, de miser: pobre, despojado, abandonado. Dios que se hace un corazón con el pobre.