Rosas pisoteadas

Autor:  José Ignacio Rodríguez

Fuente: Gama

 

 

El término «salud reproductiva» siempre me había hecho reír; pero ayer me arrancó lágrimas. Me hacía reír, porque se intenta solucionar un problema, o incluso un error, como puede ser el embarazo de una adolescente, ocultándolo detrás de un denso maquillaje de palabras bonitas, términos cuidados, ambiguos y vagos como «salud reproductiva», «sexo seguro», «interrupción del embarazo».

Ayer una noticia me arrancó lágrimas, pues ni siquiera el maquillaje de lo políticamente correcto puede ocultar el drama de la salud psíquica y mental de una niña de trece años que fue obligada a “interrumpir su embarazo”.

Se llama Valentina, es de Turín e hizo honor a su nombre. Mostró mucha valentía. Valentía porque defendió a su hijo a quien quería llevar en su seno y dar a luz. Valentía ante la madre que le dijo: «No puedes tener este hijo. ¿Con qué dinero lo educaremos? Debes abortar, y tu papá no lo debe saber jamás». Valentía pues, para evitar el aborto, huyó dos veces de casa.

Pero la valentía comenzó a faltarle poco antes del aborto; buscó entonces, desesperada, en el alcohol y las drogas esa fuerza que no encontraba en sí misma para asesinar a su hijo. La valentía se convirtió en temeridad días después del aborto. Acosada por un sentimiento de culpabilidad y un hondo dolor quiso suicidarse.

Ahora se encuentra ingresada en un hospital psiquiátrico, en medio de atenciones médicas y de sedativos, protegida de todo tipo de emociones fuertes que la puedan llevar a otro momento de crisis: sin visitas del novio, sin televisión, sin periódicos. «Valentina no está loca, entró en crisis ante un evento que no logra aceptar» –afirma el doctor encargado del hospital. No logra aceptarlo porque siempre se opuso y lo rechazó.

Me pregunto si alguna vez sus heridas sanarán y encontrará de nuevo la felicidad, la paz que le fue arrebatada de manera tan despiadada. ¿Habrá un maquillaje que oculte esos daños emocionales?; ¿hay algún ungüento que la haga capaz de perdonarse a sí misma? Pero las propuestas de «salud reproductiva» no llegan hasta aquí. Después de haber embarcado a sus víctimas en el crucero de las mentiras las abandonan en la isla de la desolación y la desesperación. Valentina no es la única; cerca de 250 jóvenes, entre los 15 y 19 años, cada año naufragan en las playas de esta isla. Rosas cortadas, pisoteadas y destrozadas cuando empezaban a florecer en la primavera de la vida.

Ciertamente existen instituciones que sí les brindan apoyo. Una de ellas la Iglesia católica. Esa Iglesia, acusada tantas veces de oponerse al aborto, tildada de retrógrada por no «actualizarse» ante estos signos de progreso, las recibe con los brazos abiertos y aplica en sus heridas no un maquillaje sino el ungüento del perdón de Dios. Pero no son heridas superficiales, rasguños del alma que se curan rápidamente. Sanar estos hondos desgarramientos lleva tiempo, exige esfuerzo y mucha gracia de Dios.

Valentina, en el hospital, comparte sus tiempos libres con otros niños. Reciben la visita de payasos que quieren distraerlos de sus terapias; una sonrisa casi forzada, pocas palabras brotan de un corazón atribulado. Me pregunto si podrá haber imagen más contrastante: la inocencia de los niños, la alegría de unos payasos y el dolor de una niña-madre a quien se le ha privado con violencia de esa inocencia y que no encuentra motivos para estar alegre.

Por más maquillaje que queramos ponerle, el aborto no dejará de ser una horrenda realidad y casos como el de Valentina le quitan esa densa capa de mentira y nos muestran las secuelas de un programa de «salud reproductiva» que lejos de buscar el bien verdadero de la persona, se preocupa por encontrar una solución más o menos cómoda, una salida fácil ante una situación compleja.

Aunque se use el maquillaje de palabras suaves, seleccionadas para no herir nuestros oídos, hay una horrenda realidad que no podemos ocultar detrás de esa densa capa de engaño y mentira. No podemos aplicar el término «salud» a una serie de prácticas que terminan por dañar la psicología de la mujer de una forma tan honda y tan dolorosa.

Este es el drama que viven las mujeres que abortan. No es cuestión de edad, no importa que tengas 13 o 26 o 39 años. El dolor es profundo y el sentido de culpa parece que no te abandona. Pero quienes promueven el aborto y lo promocionan no enumeran estas trágicas consecuencias entre sus muchas “ventajas”. Tampoco incluyen una solución para remediar las secuelas del aborto dentro del paquete macabro que te venden.

Por eso, antes de decidir si votas a favor o en contra del aborto, te pido que tengas en cuenta a Valentina y a tantas mujeres que han sufrido y a las que sufrirán estas profundas heridas. Es cierto que en ocasiones el seguir adelante con el embarazo podrá causar muchas incomprensiones y sufrimientos a las madres pero nunca habrá algo tan doloroso y tan desgarrador para una mujer como el saber que ha matado a su propio hijo.