Dos años sin hacer mucho ruido

Autor:  Ignacio Sarre

Fuente: Gama

 

 

El Papa quiso celebrar sus 80 años presidiendo la Eucaristía el domingo 15, un día antes del aniversario de su doble nacimiento. Por lo que él mismo llama una feliz Providencia, el 16 de abril de 1927 nació a la vida en el seno de una sencilla familia alemana y, ese mismo día, nació a la vida de la gracia en el seno de la gran familia de Dios, la Iglesia. Para redondear la providencia, el día de su nacimiento y su bautismo era la víspera de la Pascua de Resurrección, el acontecimiento central de nuestra fe.

Antes de concluir, el Papa agradeció su presencia y oración a la multitud congregada en una soleada Plaza de San Pedro. Hablando de la paz y de la renovación del mundo, el Pontífice afirmó: “Así va obrando Dios, sin hacer mucho ruido”.

¡Qué cierto es! Lo hemos experimentado en primera persona. Callado, en lo íntimo de los corazones, Dios va transformando a las personas. Y éstas, tocadas por tan grande amor, van transformando su mundo: hogar, familia, trabajo, sociedad, cultura... Sin hacer mucho ruido. Con obras. No con palabras huecas.

Este jueves 19 se cumplen dos años de su elección a la Sede de Pedro. Y podríamos aplicar al Papa lo que él mismo refería sobre el modo de obrar de Dios: va actuando sin hacer mucho ruido, pero eficazmente. Benedicto XVI no ha querido hacer mucho ruido, no ha deseado aparecer. Se considera, como decía en la homilía del domingo, una simple sombra provocada por la luz de Cristo. Sin exaltaciones, con su voz sutil y su oratoria llana, con gestos sencillos pero muy significativos, este hombre de Dios va hablando al mundo con un lenguaje peculiar. El que quiere y está abierto, va captando el mensaje.

Son muchas las imágenes de este aún breve pontificado. Escenas de los cuatro países que ha visitado: la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia; la peregrinación a la Polonia natal de su predecesor; el encuentro mundial de las familias en Valencia, España; el abrazo con el patriarca Bartolomé en Turquía. Escenas de su “gran auditorio”, la plaza de San Pedro: las misas; las ocasiones especiales con niños y con jóvenes; el encuentro de Pentecostés; sus catequesis de cada miércoles sobre la Iglesia, los apóstoles y los primeros cristianos; el Ángelus dominical. Sólo en el año 2006 se calcula que más de 3 millones de personas han participado en encuentros públicos con Benedicto XVI. Lo que es incalculable es lo que cada una de ellas se ha llevado de ese encuentro con el Vicario de Cristo. Novedoso y significativo ha sido el gusto del Papa por responder espontáneamente a las preguntas de niños, jóvenes y sacerdotes en diversas ocasiones. Trasluce así su sencillez, su claridad de ideas y su convencimiento profundo.

Se dice que este Papa, siendo un gran intelectual, “no ha escrito mucho”. Menos mal, porque así tendremos tiempo para aprovechar toda la riqueza de su encíclica Deus caritas est y de la reciente exhortación postsinodal Sacramentum caritatis. Además, en cada homilía o discurso, en cada audiencia y encuentro, Benedicto XVI nos está entregando una herencia de valor incalculable.

Y por si fuera poco, cerca de estas fechas en que el festejado debería recibir los regalos, Benedicto XVI nos entrega un nuevo obsequio. La publicación de su libro sobre la persona y la vida de Jesucristo recoge el fruto de toda una vida de reflexión, oración y búsqueda. No se ha cansado de insistir en que el encuentro con Cristo vivo es el hecho fundamental del cristianismo; sin ese encuentro, simplemente no hay cristianismo. ¡Cuánto podrá ayudarnos su experiencia personal a profundizar en ese encuentro transformante! Recordando su ordenación sacerdotal, decía en la homilía del domingo 15: “El puso su mano sobre mí y no me dejará”. Es un hombre que, sabiéndose limitado, se ha sentido siempre acompañado por el Amigo.

Dos años de pontificado. Inició diciendo que no tenía un propio “programa de gobierno”. Al cumplirse este aniversario, no esperemos un “informe de gobierno”. A su estilo, sin hacer mucho ruido, Benedicto XVI seguirá cantado las misericordias de Dios en su propia vida. Nos toca, como él mismo pidió al concluir su homilía, parafraseando la oración del Papa León Magno que escribió en la estampita de su consagración episcopal: “Rezas a nuestro buen Dios, para que quiera reforzar en nuestros días la fe, multiplicar el amor y aumentar la paz. Que me haga, su mísero siervo, a la altura de su misión y útil para vuestra edificación”.

Sin hacer mucho ruido, la semilla va cayendo en tierra buena. Y, estamos seguros, va germinando y dará fruto abundante en la viña del mundo.