¿Prefecto o inquisidor?

Autor:  Juan Carlos Durán

Fuente: Gama

 

 

A un costado de la columnata de la Basílica de San Pedro, entre el paso peatonal y el ingreso al aula Paulo VI, se eleva un edificio antiguo, barroco y sólido. En no pocos peregrinos la imaginación vuela cuando leen el nombre de la plaza colocado en un recuadro de mármol en el extremo izquierdo del edificio: “Piaza del Santo Ufficio”. Se ha escuchado a adolescentes sostener que de allí salían monjes encapuchados con antorchas por la noche; otros afirmaban que allí vivía el cardenal Ratzinger.

Conviene traer un poco de luz al nombre del “Santo Oficio”. La Congregación para la Doctrina de la Fe , originalmente llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fue fundada por Pablo III en 1542 con la Constitución "Licet ab initio", para defender a la Iglesia de las herejías. Es la más antigua de las nueve Congregaciones de la Curia.

En 1908, el Papa San Pío X cambió su nombre por el de Sagrada Congregación del Santo Oficio. Finalmente, en 1965, recibió el nombre actual bajo el Pontificado de Pablo VI. Hoy, según el Artículo 48 de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana "Pastor bonus", promulgada por el Santo Padre Juan Pablo II el 28 de junio de 1988, «la tarea propia de la Congregación para la Doctrina de la Fe es promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico. Por esta razón, todo aquello que, de alguna manera toca este tema, cae bajo su competencia».

A la luz de esto se puede comprender que la tarea del Cardenal Ratzinger, así como la del actual prefecto de la Congregación , el Card. William Joseph Levada, es la de ser custodios de la fe y la moral en todo el mundo católico. Es así que su misión no es otra que la de «difundir la sólida doctrina y defender aquellos puntos de la tradición cristiana que parecen estar en peligro, como consecuencia de doctrinas nuevas no aceptables». La Iglesia no interviene en temas políticos o deportivos, pero sí lo hará, y con todo su corazón y con todas sus fuerzas, en los momentos en que una teoría, una ley o una persona sean un peligro para la fe y la moral de todos los católicos.

Algunos atacan, otros defienden la acción de la Iglesia en la Edad Media, pero estos juicios encuentran sus límites en sus mismos parámetros; parámetros que no son otros que las lentes de la actualidad. Un ejemplo nos puede ayudar: un niño le pregunta a su abuelo cómo se divertía cuando era niño. Sorprendido, el nieto le escucha pero no comprende cómo es posible que algunos encontraran su diversión escuchando la radio, jugando en la calle o divirtiéndose con un bote jugando fútbol cuando él tiene ahora un juego de video y una pantalla en tercera dimensión.

La misión de la Inquisición en la Edad Media era, como lo es hoy, defender la fe como el tesoro más grande que el hombre ha recibido por parte de Dios; pero teniendo en cuenta el alto índice de mortandad por la peste y las guerras ellos deseaban conservarlo para ganar la felicidad eterna. Por ello, ante las múltiples corrientes filosóficas, y sobretodo teológicas, que amenazaban la fe, se instituye la Inquisición como el medio humano más eficaz para conservarla y preservarla.

El inquisidor era el juez eclesiástico que conocía las causas de la fe. Después de haber realizado el proceso de indagación sobre ciertas teorías buscaba probar su realidad o falsedad; si el acusado se retractaba se le concedía la libertad y los medios para que no volviera a caer en el error; si por el contrario no se arrepentía, era entregado al poder del rey, para que ellos le dieran el castigo que considerasen. El inquisidor regía únicamente la parte eclesial. Hoy hablamos de prefecto como un ministro que preside y manda un tribunal eclesiástico.

El card. Ratzinger desempeñó este cargo durante 16 años. Por ello, más que el inquisidor mítico, como se le solía designar, debemos hablar de Prefecto: de aquel que camina junto a nosotros orientándonos por las sendas de la fe y previniéndonos de aquellas vías que nos llevarían a desorientaciones en la moral y fe cristianas. La experiencia de algunos que han podido entablar un dialogo personal “a puerta cerrada” han sostenido que el Cardenal se mostró durante el coloquio muy amable, siempre atento a sus opiniones, pero sincero y coherente con la doctrina de la Iglesia.

Hoy Benedicto XVI no es prefecto, no es inquisidor; es pastor y Pontífice y por ello vela por la verdad y por cada una de las almas que le han sido confiadas.