Pureza, problemas y personas

Autor:  Jorge Enrique Mújica L.C

Fuente: Gama

 

 

¿Q– Entonces, ¿debo ver ese programa, papá?

– ¡Anda! Ya te dije que sí. Pero no hables fuerte de eso ni le digas a tu mamá, ¿me escuchas?

– Pero... pero mamá no...

– ¡Mamá no sabe y ya! ¿Cómo le hago para que madures, si no?

– Pero el Padre me dijo que es pecado...

– ¡Qué estupidez! Si el dichoso “padrecito” nunca conoció ninguna muchacha. Lo hago para que madures. Soy tu papá y te quiero, Pepe. ¡Lo hago por tu bien!

Y la sombra de papá desapareció tras el azotón de la puerta de madera. José Luis , un niño hasta ahora inocente y blanco como una nube, tuvo dudas. Tras las dudas, el miedo. Tras el miedo, el sufrimiento. Resonaban en sus propios tímpanos tres tambores: “POR-TU-BIEN”.

Ante la silenciosa y expectante televisión, en un cuarto alfombrado, a media luz, titubeó. Casi temblando encendió la tele con el mando y la pantalla brilló. El canal pornográfico lo había programado de antemano su padre. Y con los años, fue la tarde más amarga y más dolida y más odiada de la existencia de José Luis. Un alma desgarrada en confusión entre las espinas del pecado... pero todo hecho con buena intención. Todo, un esfuerzo a favor de la “madurez sexual” del hijo. Sofismas.

Y nos preguntamos, ¿cómo hacer para formar la sexualidad? De entrada, una persona medianamente coherente sabe que no se puede violentar a los niños. Menos aún a este tipo de atrocidades. Ciertamente los niños no son tan ingenuos como para creer, durante toda su vida, que la cigüeña trae a los bebés desde París. Algún día, todos tenemos que afrontar el problema con el pecho de frente. Hay que educar sanamente a nuestros hijos, es verdad; pero debemos discernir. La madurez sexual no consiste en “conocer todas y a todas”. Tampoco consiste en corromper conciencias con mil experiencias coloridas. Es como decir que la mejor fruta es la podrida, porque ha estado más tiempo bajo el sol.

Una visión sana de la sexualidad es totalmente necesaria para la educación armoniosa de nuestros hijos. La madurez sexual va de la mano con la madurez de la persona. No tenemos derecho de arrancar a los niños el tesoro de su infancia. Que la disfruten, pues es hermosa y dura poco. Por otro lado, es pieza fundamental en una psicología equilibrada.

La sexualidad es como una especie de sistema nervioso, pues “entrelaza” toda nuestra personalidad. Va más allá de una dimensión material. “Brota” desde el alma. Evitemos reducir el concepto de sexualidad sólo a los órganos físicos. Uno es varón o mujer no sólo en su cuerpo, sino también en sus ideas, sus gustos, sus reacciones, sus sentimientos, su modo de ser… en todo. Por algo entre sexos nos cuesta un mundo comprendernos. Hay un abismo entre la psicología de un chico y la de una chica.

Una madurez armoniosa (llámese sexual, psicológica, física) se constata en la serenidad. Se conserva con la coherencia. Se consigue no en un aislamiento, sino con ayuda. Ayuda de los sacerdotes, de los verdaderos maestros, de las amistades. Pero, sobre todo, con la ayuda de los padres. Nadie que diga “yo amo de veras a mi hijo” será tan despiadado como para educarlo irresponsablemente, al “ahí se va”. Los hijos se educan en los hogares, no en las calles. Los padres deben educar a sus hijos de modo coherente. Como dice el psicólogo Enrique Rojas: “Educar es convertir a alguien en persona más libre e independiente, con más criterio. Ser individuo capaz de pilotar la propia vida con arreglo a unas normas humanísticas. Por eso toda educación positiva humaniza y libera al hombre, llenándolo de amor.”

El fin de la educación sexual es liberar al hombre, no dejándolo sometido a las cadenas de la confusión y del hedonismo. Dios nos creó varón y mujer para complementarnos, no para encerrarnos en la prisión de nuestro egoísmo.

Enseñemos, con naturalidad, a nuestros hijos a “ser señores de la propia sexualidad, gobernándola con amor, para entregarla a otra persona, a través de una donación comprometida”, como invita el ya citado psicólogo. Tenemos el deber de formarnos mejor para educar mejor a los hijos. Hay excelentes libros, artículos, folletos; sería excesivo explicar aquí todo el tema.

Es cuestión de informarse y de armarse de valor y tiempo. Con tiempo, sí, y también con constancia, pero sobre todo con amor