Matar el tiempo

Autor:  Baltasar López

Fuente: Gama

 

 

Todos sentimos que la vida se nos resbala de las manos. Esta experiencia se hace más cruda y descarnada a medida que el río de nuestra vida se precipita para desembocar en el océano de la muerte. ¿Qué queda después de este umbral tenebroso e inexorable que nos aguarda? Sólo pensarlo nos pone serios, tal vez incómodos y nos impele a apartar la mirada. Mas no se trata de esconder la cabeza como el avestruz cobarde. Es un misterio que encararemos tarde o temprano y no puede quedar sin respuesta. 

¿De qué sirve deambular por el mundo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál el de la muerte? –“Navegar es necesario; vivir no.”–   decían los antiguos mercaderes. Pero a nadie satisface un vivir para mil afanes egoístas que ante la primera tormenta arroja por la borda la vida misma. ¡Cuánto más amable nos resulta la respuesta de los santos! Hombres y mujeres que aprovecharon su tiempo con avaricia. Almas generosas que no dejaron pasar ninguna oportunidad para hacer el bien a los demás. Sabían que si dejaban pasar una flor en su camino, después la encontrarían marchita. Sacaron el más dulce néctar de cada momento sin mariposear superficialmente sobre las alegrías pasajeras. ¡Con cuánta confianza habrán levantado la última cortina! Y si echaron una mirada atrás como para despedirse de sus huellas, ¡qué paz habrá inundado sus almas! Su ejemplo ilumina el misterio de la vida y el misterio de la muerte. 

Y al referirnos a los santos consideremos que este ejemplo radiante también está abierto para nosotros. Nunca es tarde para salir de nuestra envoltura y consumirnos como un caramelo dejando un buen sabor de boca en los demás. No lamentemos el tiempo perdido como quien llora por un cántaro roto. Entreguémonos con todo el corazón al momento presente como la madre que no escatima desvelos ni cansancios por sus hijos; como el misionero que no teme la distancia; como el doctor que cura el cuerpo sabiendo que el hombre es más que el solo cuerpo; como el padre de que trabaja con ilusión por su familia o el profesor que con bondad y paciencia conduce en los mares del saber… 

La opción se manifiesta clara: Vivir para los demás o pasar la vida inertes como el animal enfermo bajo la sombra de los buitres en el círculo monótono de nuestras ridículas preocupaciones. Que no sea nuestro epitafio: “Mata el tiempo y el tiempo te matará”, sino una vida cuajada de frutos que testimonie que nunca es tarde para ser santo.