El vuelo del Sari

Autor: Astor Brime   email: gegarcas@hotmail.com

 

 

¡Mujer! ¡Teresa! ¡Madre!
¡Oh, la claridad de la luz!
Por los senos profundos y claros de un cielo velazqueño
marchan ruedas sonoras pregonando la utopía 
con las alas que Eco alzó en los palomares.
Mujer, Mujer, Mujer.
La ternura en la seda tamiza la aspereza, 
en el ámbito inmenso del abrazo se enciende un mundo de belenes.
¡Oh, las paridas! ¡El gozo sobre la rosa!
¡El día siguiente a la esperanza! ¡El cadáver del alba!
El pincel arrancó del cielo un ángel blanco,
posado encima del dolor de la muerte,
iluminando veredas de vellones a Ananda y las corderas.

En Manhatan los ojos de los cíclopes,
desde los rascacielos,
miraban la blancura diminuta acariciando las aceras,
ensayaba el Hudson ondas émulas,
porque el sari en sus orlas jugaba con la brisa
cuando Harlem abría corolas de azabache,
ávidas de los besos de las mariposas.

Las pagodas arrodillaban palmeras,
el Ganges sagrado cortaba hisopos en las riberas,
el Himalaya le robaba al cielo zumos de estrellas,
y el cortejo de Brahma orquestaba una corona de dioses.
En Calcuta y Benarés Buda y Cristo se abrazaban
pastoreando en el ónice corderos y leones.

En las agujas de las catedrales
encendía la nieve la blancura de la Vía láctea,
cruzada por la cenefa que desde Dios pendía.

Ni en París, Roma o Madrid tuvieron los modistos los espejos,
que los ojos miraban en la hondura del agua,
para copiar en ella el rumor de la seda.
Bajaron de los solios los airones,
y besaron las huellas rosariadas, que rezaban,
hasta el estiércol de los morideros.

¡Teresa! ¡Oh, el broche del cántico y la gacela en la azucena!
Cantó la concha bautismal en las frondas del día,
donde puso su llama el ave del paraíso,
para marcar de luz y estelas el destino del hombre.
Del cristal del silencio arborecía la frente iluminada,
y naranjas eran luceros esplendentes,
en las bocas cianóticas vertían las cascadas el himno de los vértices.

¡Y Madre!
En “GIFT OF LOVE” besaba la esperanza la cal de las paredes,
aleteando la vida en las vísperas de muerte
con el grito del parto, que la cólera de Dios apaciguaba:

“La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es bella, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es un sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es misterio, desvélalo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, doméñala.
La vida es una aventura, arróstrala.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es vida, defiéndela”.

El rayo de la rúbrica rasgueó en el mapamundi
el brillo de la sangre y el esplendor del alma:
Madre de la esperanza. Teresa de Calcuta.