Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

Inmutabilidad y eternidad de Dios

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Esto dice la Sagrada Escritura: 'Todo buen regalo, todo don acabado viene de arriba, del padre de los astros, en el cual no hay cambio ni periodos de sombra" (St 1,17). "Al principio cimentaste la tierra y el cielo es obra de tus manos: ellos perecerán, tú permaneces, se gastarán como ropa, serán como vestido que se muda. Tú, en cambio, eres aquél cuyos años no acabarán" (Sal 102,26). "El plan del Señor dura siempre, sus proyectos de edad en edad" (lb 32,11).

La palabra de la Revelación, como comprobamos en los anteriores textos, nos confirma la inmutabilidad y la eternidad, que son los atributos que excluyen en Dios todo cambio o mutación y le atribuyen permanencia perpetua en su ser y en su obrar. Así lo cree la Iglesia y así lo ha afirmado en varios Concilios, el IV de Letrán, el II de Lyón, el de Florencia y el Vaticano, definiendo contra los panteístas.

Santo Tomás argumenta la inmutabilidad de Dios desde la demostración de que Dios es Acto Puro, ser simplicísimo de perfección infinita. Porque si es Acto Puro no hay en él potencia, que es propia del ser mudable. Si es infinito debe tener todas las perfecciones, y el ser mudable lo es, o porque adquiere una perfección nueva, o porque la pierde, y en un caso y en otro, deja de ser infinito. Pero como Dios es infinito es también inmutable, atributo que, por otra parte, sólo es propio de Dios.


ETERNIDAD DE DIOS.

Si Dios es inmutable es también eterno, porque la eternidad es consecuencia de la inmutabilidad. Pruebas de la sagrada Escritura: "Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios" (Sal 89,2). "Ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad, no puede crecer ni menguar ni le hace falta un maestro" (Ecclo 42,21). "Yo soy el Alta y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso" (Ap 1,8). "Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (1 Tim 1,17).

Dice Santo Tomás: "El concepto de eternidad se deriva del de inmutabilidad y como Dios es absolutamente inmutable es ser eterno; y no solamente es eterno, sino que es su misma eternidad".

En consonancia con esta doctrina escribe Santa Teresa: “Dios no se muda. “Bendito seáis Vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás, amén; quien os sirviere hasta el fin, vivirá sin fin en vuestra eternidad”. Y comenta el Cardenal Newman: “Ha existido un estado en que Dios vivió solo para sí y no había nada fuera de El, ni la tierra ni el cielo, ni el sol, ni las estrellas, ni el espacio ni el tiempo, ni ninguna clase de seres, ni hombres, ni ángeles. Todo era silencio, todo era quietud, sólo Dios existía. Y este estado no duró solo un momento, fue un estado de infinita duración, existió siempre y era lo normal, viniendo la Creación a introducir una novedad. Comparada con aquel estado, la Creación es una cosa de ayer. Existe desde hace seis mil años, o si quieres, desde hace sesenta mil años, o desde hace seis millones de años... ¿Qué es esto comparado con la eternidad? ¡Una pura nada! Durante toda una eternidad ha existido Dios solo, sin ningún otro ser a su lado, solo El.



COMO DIOS ES ETERNO NOS HACE ETERNOS

Dios no sólo él es eterno, sino que nos ha hecho a nosotros eternos por gracia. Saboreemos el testimonio de San Pablo:"Sabemos que, si nuestra mansión terrena, esta tienda de campaña se derrumba, tenemos un edificio que viene de Dios, un albergue eterno en el cielo, no construido por hombres" (2Cor 5,1). En el Libro de Daniel 12,3, leemos: "Los maestros brillarán como brilla el firmamento, y los que convierten a los demás, como las estrellas, eternamente".

Leemos en el evangelio de Juan: “Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna, y yo le resucite el ultimo día'" (Jn 6,40). Y San Pablo: "Quien sembrare en su carne, de la carne cosechará la corrupción; pero quien siembre en el espíritu cosechará la vida eterna" (Col 6,8). San Mateo, cita palabras de Jesús: "Y el Rey dirá a los de la izquierda: Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles" (Mt 26,41). El Profeta Isaías afirma: "Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna. Será el Señor tu luz eterna” (Is 60,19). San Pablo le escribe a Tito, su discípulo querido: "Dios nos ha hecho renacer por el bautismo y nos ha renovado por el Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros copiosamente por Jesucristo Salvador Nuestro, para que, justificados por la gracia de Jesucristo, vengamos a ser herederos de la vida eterna, conforme a la esperanza que tenemos" (Tit 3,5).

PENSAR EN LA ETERNIDAD NOS AYUDA A VIVIR

Cuando Teresa de Jesús, aún niña, salía por la puerta del Adaja, atravesando las murallas de la ciudad de Ávila, acompañada de su hermano Rodrigo para ir a tierra de moros a que los descabezaran por Cristo, susurraba al hermano que se cansaba: “para siempre, para siempre, para siempre”. "Acaecíanos, escribe en su Vida, estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez impreso el camino de la verdad".

“Los hombres pasan, la verdad del Señor permanece para siempre", dice Tomás de Kempis. "En pasando esta vida, ya no hay enmienda. Esta vida es como el estadio: O vencemos o somos vencidos. Quien ha sido vencido en el palenque, ¿trata de luchar fuera del estadio para conquistar la corona perdida?”, ha escrito San Agustín. "En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro, ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin" (lb. Carta a Proba). 

Advierte San Gregorio Magno: "Todo cuanto hacemos en este mundo apenas tiene duración hasta la muerte; y llegando ésta, arranca el fruto de nuestro trabajo. Pero cuando trabajamos de cara a la vida eterna, el fruto de nuestro trabajo permanece. Cuando se ha llegado al conocimiento de las cosas eternas, dejan de tener importancia los frutos temporales", Y el Abad Casiano: "Si tenemos fija la mirada en las cosas de la eternidad y estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina, viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos ensoberbecerá la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas y transitorias".

También, más actual, Juan Pablo II: "Para madurar espiritualmente hasta la eternidad, el hombre no puede crecer sólo en el terreno de la temporalidad. No puede poner su apoyo en la carne, es decir, en sí mismo, en la materia. El hombre no puede construir sólo sobre sí y "confiar'" solamente en el hombre. Debe crecer en un terreno diverso del de lo transitorio y de lo caduco de este mundo temporal. Es el terreno de la nueva vida, de la eternidad y de la inmortalidad el que Dios ha puesto en el hombre, al crearlo a su propia imagen y semejanza".


EL EXTASIS DE SAN VIRILA DE LEIRE

Termina Santo Tomás diciendo que la eternidad sobrepasa a todo el tiempo presente incomparablemente más que mil años a un solo día. Ilustremos esta afirmación con la leyenda, que es un clásico teológico sobre los goces de la eternidad. A finales del siglo IX, después del descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago en Galicia, existía el monasterio de San Salvador de Leiyre (Navarra), que por su fervor, llamó la atención de San Eulogio en su viaje por los Pirineos en 850. Escribió que allí conoció a "excelentes varones, temerosos de Dios". El monasterio está enclavado en pleno Camino de Santiago aragonés, en la vía que ance en Somport y pasa por Jaca en dirección a Puente la Reina, donde se une al camino navarro que comienza en Roncesvalles. 

San Virila, abad de Leire, cuya figura histórica está perfectamente documentada en el Libro gótico da San Juan de la Peña, vivía muy preocupado por la eternidad. Un día de plenitud primaveral se interna en el bosque con estas meditaciones. En la espesura del bosque aparece un ruiseñor, que con sus trinos y gorjeos melodiosos, capta la sensibilidad de Virila. Queda prendado del celestial canto del pájaro, y se adormeció en Dios. Cuando se despertó no encontraba el camino de vuelta, hasta que al fin lo reconoció y al monasterio al fondo. Ve que ahora es más grande. Al llegar a la portería, nadie le reconoce. 

Buscando en el archivo del cenobio encuentran el nombre de un abad Virila “que se había perdido en el bosque", hacía trescientos años. Este milagro causa un gran revuelo, y canta la comunidad un Te Deum en acción de gracias. Al final del canto, se oye la voz de Dios: "Virila, tú has estado trescientos años oyendo el canto de un ruiseñor y te ha parecido un instante. Los goces de la eternidad son mucho más perfectos". Un ruiseñor entró por la puerta de la iglesia con un anillo abacial en el pico, y lo colocó en el dedo del abad, que lo fue hasta que Dios lo llamó a la gloria eterna. 

La leyenda ha tenido amplia repercusión literaria en el mundo occidental. Consta en el monasterio benedictino flamenco de Afflighem; en Francia es traducida par el obispo de París y lo reproduce en 1212, Jacobo de la Vorágine; lo narra también la Cantiga CIII de Alfonso X el Sabio; y existe la misma relación en el monasterio cisterciense gallego de la Armenteira, cuyo abad es San Ero.