Juan Pablo Magno, luchador de raza. (tercera parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Su línea fuerte teológica.

Como el místico que ve a Dios no desde las cosas, sino a las cosas desde Dios; como un nuevo Moisés que contempla la desolación del desierto y la amenaza de las aguas encrespadas, como quien ve a Cristo, lanza el grito: “No abiate paura! Aprite le porte a Cristo! Aprite; ansi spalancate” “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo!”. “¡Abridlas de par en par!”. Ante un mundo que ha oscurecido el rostro de Dios, enarbola el báculo-cruz. Y comienza hablándonos de Cristo, en su primera Encíclica, “Redemptor hominis”, que es el humanismo centrado en Cristo. Visitando Auschwitz, dijo que un Papa de origen polaco, que nació y vivió cerca de aquel “Gólgota del mundo contemporáneo”, tenía que comenzar necesariamente su primera encíclica con las palabras “Redentor del hombre”, para indicar que cuando es olvidado el Redentor la causa del hombre está trágicamente perdida, como lo estuvo en Auschwitz. El hombre concreto, con sus méritos y defectos, necesitado constantemente de redención.

A ésta siguió la segunda “Dives in misericordia”, sobre el Padre que envió a su Hijo para ser el Redentor del hombre, y la tercera: “Dominum et vivificantem” sobre el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo para continuar la obra de la Redención y la santificación. Nada de divagaciones ni de sociologías: Directo al Espejo, por quien fueron hechas todas las cosas. Y rehechas. Redimidas. Desde él lo verá todo. El mundo, la familia, el trabajo, el matrimonio, la enfermedad, los ancianos, los sacerdotes, la Iglesia, la Vida, la verdad, la Razón y la Fe, la Europa de raíces cristianas. A un mundo que no sólo se ha apartado de Dios, sino que se avergüenza de Dios, le habla de Dios con claridad, elocuencia, insistencia y contundencia, seguridad, compromiso y fe.

LA DIVES IN MISERICORDIA

Según declaración del Cardenal Ratzinger, cuando Juan Pablo II empezó a escribir Redemptor hominis, no concebía su primera encíclica como panel inicial de un tríptico trinitario, como una reflexión sobre el misterio de la Santísima Trinidad. Su gran impulso era que el humanismo centrado en Cristo fuera el tema conductor de su pontificado, y así quiso anunciarlo a la Iglesia y al mundo. Y, la consecuencia de la reflexión sobre la dignidad de la persona humana redimida por Cristo le condujo a la meditación del Dios, Rico en Misericordia, que ha enviado a su Hijo como Redentor de los hombres; y a una reflexión sobre el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo para proseguir la obra redentora y santificadora de Cristo resucitado. De manera que el crecimiento lógico de la Redemptor Hominis dio origen a dos encíclicas más, Dives in misericordia, sobre Dios Padre, y a la Dominum et vivificantem, sobre Dios Es­píritu Santo.

La Dives in misericordia, la encíclica de mayor intensidad teológica entre todas las de Juan Pablo, refleja dos dimensiones personales de su vida espiritual. Cracovia era el centro de la devoción a la divina misericordia pro­movida por la hermana Faustina Kowalska, mística polaca fallecida a los treinta y tres años, que por sus experiencias místicas estaba llamada a renovar la teología católica sobre la misericordia de Dios, que llevaría a una renovación general de la vida espiritual. La hermana recogió sus experiencias místicas en un diario espiritual. Al extenderse la devoción a la Divina Misericordia, y plantearse el tema de la posible canonización de Faustina, el diario de la hermana fue sometido a un análisis realzado por el padre Ignacy Rózycki, antiguo profesor de Karol Wojtyla, y director de su tesis sobre Max Scheler. Wojtyla, que era entonces arzobispo de Cracovia, había defendida a la hermana Faustina contra las dudas surgidas en Roma sobre su ortodoxia, debidas a una traducción defectuosa de su diario al italiano, y había promovido la causa de su beatificación. Cuando empezó a escribir Dives in misericordia, Juan Pablo II, que se sentía espiritualmente muy próximo a la hermana Faustina, llevaba pensando en el tema mucho tiempo.

PENSANDO EN LA PATERNIDAD

Este sentimiento de afinidad espiritual se intensificó en un segundo elemento personal que influyó en la redacción de Divina Misericordia, pues llevaba mucho tiempo también pensando en la paternidad. La convivencia con su padre y con el Cardenal Adam Sapieha le había dado una profunda experiencia de la paternidad, tanto familiar como espiritual. Estas dos realidades humanas básicas se convertían es dos escuelas de amor abnegado, y, por consiguien­te, en libertad bien entendida. Era justamente el centro de su programa de pastor, pues siempre ha considerado su sacerdocio como una forma de paternidad. Ahondando en sus intuiciones Karol Wojtyla hizo una dramática afirmación en su ensayo poético “Reflexiones sobre la paternidad”: “Todo acabará careciendo de importante esencialidad, excepto las tres realidades de padre, hijo y amor. En el fondo de todo lo que permanece es la paternidad, no los electrones, los protones, los neutrones y los otros componentes del átomo.

Con su intuición de poeta accedió a nuevas dimensiones en base a los textos bíblicos. Los temas de la Biblia hebrea enriquecieron las reflexiones de Juan Pablo sobre el hecho de que Jesús hubiera predicado un Evangelio de la misericordia. Sostiene el texto del pontífice que, aunque el amor misericordioso de Dios empieza en el misterio de la creación, la experiencia del pueblo de Israel revela que “la misericordia significa un poder especial del amor, lo bastante fuerte como para sobreponerse al pecado y la infidelidad”. Aunque a lo largo de la Biblia hebrea Dios es presentado como un Dios de justicia, también se nos revela que el amor es mayor que la justicia. Mayor en el sentido de que es básico y fundamen­tal. Para los cristianos, el mensaje se completa con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, el icono que revela mejor la misericordia del Padre. La misericordia, pues, no sólo aparece como más fuerte que el pecado, sino más que la mismísima muerte. Para Juan Pablo, la parábola del hijo pródigo (Luc 15,14) es una síntesis de la teología bíblica de la misericordia, y demuestra que la cues­tión de un verdadero humanismo desemboca inevitablemente en la cuestión de Dios. En el análisis que hace Juan Pablo de esta parábola, una de las más conmovedoras del Nuevo Testamento, el hijo pródigo encarna al hombre corriente, abrumado por la tragedia de la condición humana, que es la conciencia de una filiación dilapidada, de la dignidad humana que se ha perdido. Siendo fiel a su paternidad, y yendo más allá de la estricta justicia, el padre misericordioso devuelve al hijo descarria­do la verdad sobre sí mismo, es decir, la dignidad de su condición de hijo. La misericordia no debilita ni humilla a quien la recibe, sino que lo confirma en su dignidad humana. La misericordia también posee una dimensión colectiva o social.

Afirma Juan Pablo II que la impotencia que siente la humanidad ante el progreso tecnológico es prueba fehaciente de una verdad testimoniada por la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento, de que no basta la justicia, mientras no se le permita a ese poder más profundo que es el amor conformar la vida humana en sus múltiples dimensiones. Para superar la inquietud moderna hay que construir sociedades donde la justicia esté abierta al amor y la misericordia, genui­na plenitud de la aspiraciones humanas. La Encíclica Dives in misericordia de Juan Pablo II es la expresión más transparente de su alma pastoral, y el más claro indicativo del proceso de formación de su alma a través de su experiencia que engendró en él su concepto de la paternidad.

LA HUELLA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

La “Dives in misericordia”, tiene también como trasfondo a san Juan de la Cruz. Quiere reconstruir el verdadero rostro de Dios que es Amor y Misericordia y recuperar el Dios de Jesucristo, que un tinte jansenista había desfigurado en los tres últimos siglos, al verlo con el rigor de la jus­ticia, más que bajo el prisma del Amor. Un conjunto de acontecimientos y experiencias, que ya hemos destacado como la influencia de Santa Faustina Kowalska, contemporánea suya, muerta en 1938 y canonizada por él.

Esta Encíclica de enorme intensidad teológica, junto con la renovación de los estudios bíblicos, confiere un sello de confianza positivo de alegría y gozo en la Iglesia futura, que la doctrina jansenista con su concepción rigo­rista de la gracia y de la justificación, condenada por el Papa Inocencio X en la Bula Cum occasione y la Constitución Regíminis apostolici. Clemente XI exigió adhesión total a su Constitución Vineam Domini y por fin excomul­gó a quienes no aceptaron la Unigenitus. Pero, a pesar de todos estos cortes de la Iglesia al jan­senismo, influyó notablemente en la concepción de la vida cristiana e incluso algunos santos canonizados llevan el sello de esta herejía. No escaparon los Seminarios y Noviciados. Contribuyó a la penetración del rigorismo la prohibi­ción de los libros sagrados para reprimir la Reforma pro­testante, con el consiguiente falseamiento de la mentali­dad cristiana. Aquellos santos y maestros, como san Juan de la Cruz y santa Teresa, que se nutrieron abundosamente de la Escritura, han vivido y presentado la presencia de un Dios Amor. En ellos ha residido Woytyla que se define sin rebozo hijo espiritual de España, por ellos.

LA DOMINUM ET VIVIFICANTEM

El 18 de mayo de 1986, solemnidad le Pentecostés, Juan Pablo II firmó su quinta encíclica, Dominum et vivificantem, Señor y dador de vida, larga meditación sobre el Espíritu San­to que cerraba la trilogía trinitaria de encíclicas del Papa, iniciada por Redemptor Hominis y Dives in misericordia. La idea de un Dios que es una Trinidad de personas Padre, Hijo y Espíritu Santo, ocupa un lugar central en la fe cristiana, y la doctrina peor predicada y entendida y la que provoca mayor desconcierto en los no cristianos sobre todo de los monoteístas judíos y musulmanes, a quienes les huele a politeísmo. No es extraño, porque la Trinidad es el misterio más oscuro al que la mente humana no puede alcanzar.

Las encíclicas no son pretextos para la discusión teológica, y la Dominum et vivificantem, más que un análisis teológico es una exhortación para que la Iglesia tome más en serio a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Juan Pablo no disecciona el tema, infinitamente complejo sobre la relación que guardan entre sí las Personas de la Trinidad, ni sobre la polémica clave en las relaciones entre el cristianismo occidental, de si el Espíritu Santo procede del Padre, como defiende la ortodoxia, o del Padre y el Hijo, como afirma el cristianismo occidental, lo que se conoce como la cuestión del “Filioque”. Dominum et vivificantem no es la obra de un profesor que intenta salir vencedor en un debate, sino de un pastor experto en teología que se propone revitalizar en su grey la devoción al Espíritu Santo. El Espíritu Santo, es nueva manera de estar Dios con el mundo, que va más allá del don de sí mismo que hizo Dios en la creación. Es un don, una entrega para la redención del mundo, realizada por Cristo a través del poder del Espíritu Santo.

LOS HOMBRES HAN OLVIDADO SU HISTORIA

Meditando en lo que el Espíritu Santo convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio (Jn 16,6) dice el Papa que el Espíritu Santo viene al mundo porque éste ha olvidado su historia. El mundo ignora de dónde viene, qué lo mantiene y dónde radica su destino, aunque crea que sabe las tres cosas. El Espíritu Santo revela al mundo la verdad sobre sí mismo y su historia. A través de la Iglesia, el Espíritu Santo debe convencer al mundo de su pecado, y hacerlo de tal modo que el propio mundo reconozca que tiene necesidad de una redención. Eso, en primer lugar, significa enfrentarse con el pecado original, principio y raíz de todos los demás. En la creación Dios llamó al mundo y a la humanidad a entrar en comunión con él. La humanidad se negó. Rechazar la comunión con Dios es e que ha condicionado la historia, y que se traduce en u comunión en el seno mismo de la humanidad, empezando por Adán y Eva. Llamando a entrar en comunión con Él a los hombres Dios revelaba el verdadero bien de la humanidad. Al rechazar su invitación los seres humanos se propusieron decidir por sí mismos qué es el bien y qué es el mal. La tarea del Espíritu Santo en el mundo es reabrir las conciencias para que el mundo empiece a descubrir los perfiles de su verdadera historia. Llamar por su nombre al bien y al mal es el primer paso hacia la conversión, el perdón, la reconciliación y la reconstrucción de la comunión, la de la propia familia humana y la de la humanidad con Dios.

Los hombres pueden negarse a dar ese paso, con lo que incurren en el pecado contra el Espíritu Santo. El don del Espíritu, dice Juan Pablo, sigue encontrando resistencia en el mundo moderno, como ya en el mundo de los apóstoles. La negativa, del mundo a plantearse la posibilidad de que necesita redención ha llevado a realidades tan horrorosas como la amenaza de destrucción nuclear, la indiferencia ante la pobreza y el hambre, la corrupción, la eliminación de una vida molesta, la eutanasia, y el terrorismo. La Iglesia en el mundo moderno debe ser guardiana de esperanza y testigo activo de la vida contra la muerte. De ese modo, en el poder del Espíritu, la Iglesia contri­buye a devolver al mundo el sentido divino de la vida humana y el mundo vuelve a aprender su verdadera historia. En esa restitución, el Espíritu Santo recreará la humanidad, y renovará la faz de la tierra. Dominum et vivificantem, es la meditación más larga y compleja sobre el Espíritu Santo en toda la historia del pontificado en su fun­ción docente.

Un Padre oriental llegó a decir en el Concilio que la Iglesia Romana permanecía en la adolescencia en el conocimiento de la doctrina del Espíritu Santo. Después de haber sido promulgada la encíclica, Juan Pablo, al dar la bienvenida a una delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla en la celebración de la festividad de los santos Pedro y Pablo, dijo a sus invitados ortodoxos que su diálogo teológico debe proseguir hasta el altar de la concelebración. La Encíclica Dominum et vivificantem será una contribución esencial en el camino de la reconciliación entre la ortodoxia y Roma.