La Gracia de la Confesión

Autor: Isabel Conde Ramirez 

 

 

La confesión consta de varias partes. La principal y única verdadera es enfrentarse a uno mismo y reconocer que se ha pecado. No quitarle importancia y decirse a sí mismo si la acción, pensamiento o la omisión de lo que se pudo hacer y no se hizo, influyen en el camino propio o en el de los demás. Si se ha hecho daño.

Cuando uno siente ese gusanillo dentro…, el cuerpo, alma te llora y es entonces cuando empieza el arrepentimiento, la confesión.

Entre ese arrepentimiento y la confesión ante el sacerdote pueden pasar horas, días, meses años…pero, ¿por qué?. Pues, porque nos encontramos ante la humillación, la arrogancia, los malos pensamientos, la experiencia o ejemplo negativo ya vivido antes. Y es que no reparamos que al igual que en la Sagrada Eucaristía, el pecador más grande, al ponerse las vestiduras sacerdotales e investirse en oración se transforma en el mismo Jesucristo, quizás, luego, tras la ceremonia, para su desgracia mortal ese mismo sacerdote puede volver a su mal ejemplo o no. Por fortuna son pocos los malos ejemplos, aunque el mal hace mucho ruido. Los sacerdotes tienen una entrega y un corazón lleno de Dios. 

Así tenemos que en la confesión el hombre se humilla ante otro hombre, sí, pero es Dios quien reviste al hombre (sacerdote) de su propio cuerpo bendito y, a través suyo, escucha y orienta en el Espíritu Santo al sacerdote que impartirá la penitencia y la absolución de los pecados. No es fácil para muchos comprender este punto. Vemos lo físico y juzgamos, pecamos de nuevo. Ocurre también que esperamos escuchar algo que no escuchamos y no desagrada la respuesta o penitencia. Y es que somos humanos, rebeldes ovejas del rebaño de Cristo.

Si logramos traspasar este punto sentiremos el amor de Dios en nuestro corazón y, ese gusanillo se echará a dormir hasta la próxima vez (no olvidemos que el santo más santo suele pecar 7 veces al día, según reza e un dicho popular…). Eso sí, la alegría inmensa por haber dado el paso de confesarnos será muy hermoso. No obstante si encontramos un sacerdote que parece no escucharnos, estar en el confesionario distraído…perseveremos y aprendamos de toda experiencia, quizás necesites humillarte un poco más, ó quizás a ti pudiera no servirte ese buen hombre, pero tú sí a él. Puede que tú, pecador que te arrodillas ante el sacerdote en santa confesión seas el bálsamo que tu confesor necesita, le llenes de vida espiritual al reconocerse en tus propios pecados y recibe el empuje que como hombre necesitaba para seguir adelante.

Hermanos se mire como se mire: la confesión es una gracia divina. Acerquémonos a ella pues nos espera el amor de Dios.