El valor de pensar un poquito

Autor: Jorge Enrique Mújica

 

 

Son más de doscientas décadas de existencia y nunca se le ha permitido la calma, el sosiego. Ha padecido, como ninguna otra institución, el atroz azote de la persecución, de la difamación, de la calumnia, de la incomprensión…; y aún hoy continúa abrazándolos con la misma aceptación amorosa de esposa y madre y con el silencio propio de los corazones perdidamente enamorados. Con nadie se han ensañado tanto como con ella. La Iglesia no es obra humana y por eso todo lo aguanta, por eso mantiene elevada al cielo la pureza siempre resplandeciente de sus ojos.

Ha aceptado, en estos dos milenios, la prolongación del bautismo del agua roja del martirio; y aun en tiempos de dificultades, cuando parecía desmoronarse, que ya nada se podía hacer para mantenerla en pie, en pie ha permanecido y con una fecundidad que ya se puede calificar de inagotable.

Los primeros años de cristianismo son muy semejantes a los de nuestra actualidad donde la agresión anticristiana es cada vez más voraz e incisiva. Los “Nerones” de nuestro tiempo no se hartan de pregonar la falacia del retroceso que supone la existencia de una religión que, fiel a sus cimientos, defiende la verdad que ha resguardado por dos milenios. Sus enemigos han prendido el fuego voraz de la duda, del relativismo, del libertinaje, del desenfreno y de la confusión promocionándolos como valores humanos cuando en realidad son un cáncer que consume en el silencio y se manifiesta en el vacío y la infelicidad. 

La paja ha ardido fácilmente porque lo superfluo se extiende con comodidad. Esos “Nerones” han logrado contraponer a las salidas desmoralizantes y reduccionistas las normas cristianas como incompatibles y anticuadas; se les hace aparecer como residuos vejestorios a base de exaltación, mentiras y engaños para enaltecer una falsa imagen del ser humano, para poder vender mejor lo que producen. A causa de una defensa, de la defensa del hombre, la Iglesia es hoy perseguida, calumniada, incomprendida y difamada en quienes la forman, en su metodología, en sus procedimientos, en su historia…

¿Por qué se le persigue?, ¿porque recuerda el valor de la vida humana, defiende la verdad y pregona que el hombre tiende naturalmente hacia ella? ¿Se le persigue porque explica qué y cuál es la verdadera libertad y enseña al hombre a vivir con ella? Así piensan: “No la dejemos existir; su existencia supone el fin del atiborrar las arcas personales de dinero. No, que no exista; no vaya a ser que el hombre la entienda, conozca la verdad y aprenda a ser verdaderamente libre”.

¿Se le persigue porque defiende la vida, porque pregona con voz fuerte y firme que toda vida es digna de ser vivida? ¿Se le persigue porque busca librar al ser humano de la dictadura del relativismo, del totalitarismo de las ideas y la enajenación mental que le evita pensar por sí mismo?

¿Por qué se le calumnia?, ¿porque importan más los intereses personales: vender libros, películas y hacer declaraciones a costa de la adulteración de lo cierto; de mentir y el engañar infamemente? ¡Qué pena! ¡Qué bajeza! ¡Hasta dónde es capaz de caer a costa del prestigio y buen nombre de otros! Se le calumnia porque sin ella los criterios para orientar a la humanidad se pueden prostituir y falsear.

¿Por qué no se le comprende?, ¿porque pone amor donde hay odio?, ¿porque enseña a poner la otra mejilla al que nos golpea, a dar la túnica a quien nos pide el manto, a perdonar a quien nos maldice, a ir por la oveja perdida y dejar a todo el rebaño: porque las matemáticas en esta fe no existen? ¿No se le comprende porque la geografía de las cruces que coronan las iglesias católicas esparcidas por el mundo nos recuerda el amor de un Dios que murió por nosotros?

¿Qué no se comprende exactamente de ella: haber defendido la igualdad del hombre y la mujer desde sus inicios, el promover la ciencia, la fundación de las universidades, el ser mecenas del arte y la cultura de todos los tiempos: salvaguardarlos, impulsarlos y enseñarlos?

¿Por qué se le difama?, ¿porque pregona la igualdad de todos los seres humanos: ricos y pobres, negros o blancos, alto o bajos: porque habla del valor de sus vidas? ¿Se le difama porque da de comer al hambriento, viste al desnudo, atiende al enfermo, visita al encarcelado y socorre al viajero? Si de un día para otro la Iglesia, que son sus hijos, declinase de su labor, la noche se abatiría sobre el mundo. ¿Y quién atendería a los millones de enfermos de lepra, sida o cáncer (por mencionar algunas enfermedades de entre muchas otras); quién sostendría con el amor de la paciencia y el servicio desinteresado a los más pobres de los pobres? ¿Quién socorrería a los damnificados y regalaría su atención de amor a los que necesitan ser escuchados?... ¡¿Quién?!, ¡¿quién?!

“Bienaventurados seréis cuando se os persiga, calumnie y maldiga por causa de mi nombre”. Este pensamiento esta metido en la memoria de la Iglesia. Por eso únicamente mira adelante, sólo sabe mirar hacia allá… no quiere poder económico, político; quiere hablar y seguirá hablando con la potencia del amor y la verdad arrolladora. Es la conciencia del mundo y por eso es atacada. Si tan sólo pensásemos un poquito; sin dejarnos embaucar por la influencia mediática de los enemigos de Cristo, seríamos capaces de percibir la claridad del porqué la Iglesia es vituperada y ultrajada. 

Vale la pena ser católico perseguido, calumniado, incomprendido y difamado cuando nuestro ojos están fijos en el cielo, en la cruz; libres de toda huella de intereses mundanos.