Luz verde a la vida

Autor: Jorge Enrique Mújica

 

 

Desde inicios de 2006 la Iglesia cuenta con un naciente pelotón de hombres que quiere transformarse en ejército en orden de batalla por la defensa de la vida. Es una sociedad de sacerdotes llamada «Misioneros del Evangelio por la vida» o «Sacerdotes por la Vida» (Priests for life). 

Se dedicarán específicamente a combatir el aborto, la eutanasia, la clonación y la experimentación con embriones. Quieren involucrar a la sociedad, formar sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas. Su meta es no descansar hasta que termine el asesinato masivo de niños y de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte; que la vida sea valorada y protegida.

Es una iniciativa histórica surgida en la diócesis de Amarillo, Texas y aprobada por el Obispo, Mons. John Yanta. El fundador y director nacional, Padre Frank Pavone, ha declarado: «Nunca antes existió una comunidad dentro de la Iglesia dedicada específicamente a terminar con el aborto y la eutanasia».

La iniciativa pretende involucrar a toda la acción pro-vida ya existente mediante la creación de «lobbys» que defiendan a personas como Terri Schiavo.

Esta es una más de las numerosas obras de los hijos de la Iglesia en favor del hombre. Acciones que manifiestan claramente la presencia del don sobrenatural del amor al prójimo a imitación de quien se los ha inspirado. El siglo pasado fue testigo de un «tsunami» de carismas que recordaron la viveza de la Iglesia católica: Opus Dei, Focolares, Legionarios de Cristo, Neocatecumenales, Cursillos de Cristiandad, Lumen Dei, Regnum Christi, Misioneras de la Caridad, Comunidad de San Egidio… Cada una respondía con lúcida celeridad a una exigencia que emanaba desde lo hondo de la sociedad. Era el amor de Dios actuando y acompañando al hombre en su peregrinar no siempre sencillo.

Así como al amparo de los monasterios benedictino nacieron miles de poblados a lo ancho y largo de Europa; así como franciscanos y dominicos reivindicaron la pobreza de vida y espíritu como vehículo de servicio en el testimonio callado y abrazado por amor (y de paso nos ofrecieron una constelación de sabios y maestros que mostraron que fe y razón eran amigas íntimas); así como Ignacio y Teresa ofrecieron al mundo un milicia de santos y santas al servicio de la verdad por la acción y la contemplación; así, la tarea de hombres y mujeres de fe sigue transmitiendo la voz de Dios con respuestas siempre sabias que dan salida a carestías concretas que van desde la atención al enfermo, al pobre, a la viuda o al desvalido con la instauración de hospitales, escuelas o asilos, hasta la defensa armada de los santos lugares, de los peregrinos, fundación de universidades, centros culturales, recreativos y de promoción de la mujer, el niño y la familia. Esto ha sido una constante a lo largo del tiempo. 

A pesar de que existen quienes auguren que el calor de la hoguera milenaria de la Iglesia viene a menos, la evidencia incontestable de la riqueza inextinguible de la verdad vivificante del carisma cristiano parece indicar totalmente lo contrario.