El principito

Autor: Jorge Enrique Mújica

 

 

Ya hace un más de un año desde que la sabia voluntad del Espíritu Santo nos ha regalado, pese a los quebrantos y declaraciones de los críticos anticlericales, un Papa que ha superado con una sonrisa, reflejo de su humilde sujeción al albedrío divino, las ingentes críticas que se han sucedido contra su persona y su papel como sucesor de Pedro. ¡Qué lejanos han estado todos los premeditados y qué tristeza, para ellos, el cálido recibimiento que medio millón de fieles, en representación de los más de mil millones de católicos, ofrecieron a Benedicto XVI el día de su ministerio petrino!

Las imágenes de millares de creyentes que todos los miércoles y los domingos llenan la plaza de San Pedro son incontestables. Las multitudes de jóvenes rendidos a los pies del pescador en la pasada jornada mundial de la juventud son innegables; la cercanía de los niños, de los grandes y de los mayores, aleccionadora.

Los planes de los inconformes ante hechos tan reales viran por eso a otros «puntos flacos» (como si Dios y sus planes los tuviera) en esa maquiavélica cerrazón de imponer ideologías reaccionarias a lo que subjetivamente no les parece. 

El nuevo Pontificado y el nuevo Pontífice no se han alejado de la línea de diálogo con los cristianos y hombres de buena voluntad. Desde luego que en esta «buena voluntad» está la clave donde se deben enfilar todas las partes para proseguir a la mutua apertura, al hacerse escuchar y atender los argumentos e inconformidades. Cuando, en cambio, la voluntad huele a imposición y rebeldía ¿dónde quedó la bondad? Mal comienzo del planteamiento. Es necesaria la humildad en aquellos que pregonan la revolución de lo que no conocen y atacan. El mundo no se conquista con cizaña gratuita o discrepancias de pacotilla. Unos minutos son muy pocos comparados con dos mil años de historia. Hay que enterarse de lo que se cuestiona (por lo menos leer el catecismo); y si aun así se percibe que la apertura no germina, se le puede preguntar a Benedicto XVI cómo se puede reflejar, con pureza y veracidad, una sonrisa modesta de buena voluntad.