Sobre educación de la personalidad

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

¡Cuántas veces oímos o decimos: ‘¡qué persona tan caprichosa!’ Todos los niños tienden a ser caprichosos, y hay mayores que no han superado la fase infantil. ¿Por qué? No a todos se les educa en la reciedumbre contradiciendo sus caprichos, sino que se les sigue la corriente, quizá por ignorancia pedagógica, quizá por inconsciencia y deficiente sentido de la responsabilidad, quizá por debilidad hacia el niño, o por cobardía o falta de firmeza.
Vienen los disgustos cuando el niño ha crecido y se constata que se deja llevar por sus impulsos. Su mente ya no atenderá razones, abandonada a sus caprichos. Cuando los padres se dan cuenta, tarde ya, recuerdan el adagio: “ al árbol se endereza de pequeñito”. El remedio está en la prevención, y hay que poner cuidado cuando el pequeñín hace tanta gracia, cuando la niñita con sus caricias y monadas pretende sacarle al padre un permiso que antes le negó
o que no le dio la madre. Perturbador de la personalidad del niño y del adolescente, el que éstos vean a sus progenitores divididos. La unidad hace la fuerza; nunca mejor dicho. En una familia puede haber hijos que se dominen y sean luego personalidades fuertes, e hijos abandonados al albur de sus sentimientos, blandos de carácter, egoístas y quizá
duros con sus padres. Cuando los padres no se ponen de acuerdo u obra a las espaldas el uno del otro, o están separados y cada cual da una opinión distinta, no esperemos personalidades maduras o psiquismos resistentes. “Mano de hierro en guante de terciopelo”- le gustaba repetir a un pedagogo -. Importantes lecciones leemos en la Biblia: “Caballo no domado,
sale indócil,/ hijo consentido, sale libertino (...). No pases por alto sus errores.... Doblega su cerviz mientras es joven...Enseña a tu hijo y trabaja en él / para que no tropieces por sus desvergüenzas”. (Eclesiástico, 30).