El diablo, ¿cuento chino o palpitante realidad?

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

En la Biblia, la Literatura, el Arte y el cine, se habla del diablo, al que también llaman Satanás, Satán, Lucifer, Belcebú, Príncipe de las tinieblas, el Malo, demonio, el tentador, el de los cuernos…; o, simplemente, el enemigo. Siempre se habló del diablo y hoy se invita a Televisión a famosos exorcistas (aquí hemos visto al P. Fortea). En España hay 100 sectas satánicas. Jesucristo lo nombró muchas veces y a Él mismo le tentó para apararle de su misión redentora. A algunos santos los ha herido en su cuerpo, como, por ejemplo, a San Pedro de Alcántara (s. XVI) y a San Pío de Pietrelcina ( s. XX). En la Vida del Santo Cura de Ars se cuentan muchas historias de ese elemento. Su existencia es dogma de fe: "Creemos firmemente y confesamos sinceramente que el diablo y demás demonios fueron creados por Dios buenos, mas ellos, por sí mismos, se hicieron malos" (Cuarto Concilio lateranense). Es el ángel caído, el que fuera Luzbel, y sus compañeros que le siguieron en la desobediencia a Dios por la soberbia. Por ellos y para ellos, creó Dios el Infierno, adonde arrastra a los que se dejan engañar por él. Ningún cristiano debe darle el gusto de negarlo para que actúe sin oposición. Decía Pío XII que Hilter actuaba movido por él, y yo creo que también cualquier tirano, abortista y terrorista, y que estuvo entre éstos el 11-M y antes. El demonio no puede meterse en el alma de nadie, pero sí en el cuerpo. Es incapaz de mover la voluntad humana; pero puede acarrear malos pensamientos e insinuarse en la imaginación, incluso en los sentimientos y afectos. Las tentaciones, como Jesucristo, hay que vencerlas. ¿Cómo? Con la oración. "Hay demonios que no salen sino con oración y ayuno" -dijo Cristo a sus discípulos-. Como la serpiente bíblica, Satán engatusa y engaña, promete la felicidad pero no la da ni podría darla (ni para sí la tiene). El Malo es espíritu astuto y busca nuestros puntos flacos; por eso, intenta conocernos. No hay que confundir la tentación con el pecado, la inclinación con la caída: "el sentir no es consentir/, ni el pensar mal es querer./ Consentimiento ha de haber,/ junto con el advertir./ Mal puedo yo consentir/ pensamiento que no advierto,/ que aunque soñando o despierto/ esté, si no quiero el mal,/que no hay pecado mortal/, puedo tener por muy cierto.