Llanto por los niños abortados

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

He conocido el Informe que documenta las presiones de Naciones Unidas y otros organismos internacionales, sobre Hispanoamérica para extender por allí el aborto legalizado. ¿ Tanto les molestarán los niños, pues manifiestan gran interés en echarlos de la mesa de los vivos? ¿No hay bastante con la muerte de tantos niñitos africanos de barriguita hinchada a fuerza de no comer, mientras los defensores de la muerte viven en la opulencia?; éstos, que no tomen ni teta. Las encuestan hablan de más de un 86’6% de la población colombiana contraria al aborto, y del 97% en Brasil.
Pese a ello, Lula da Silva negocia con Naciones Unidas, la muerte de bebitos, y lo mismo se empeñan una y otra vez en Colombia. A Perú ha llegado Mónica Roa, abogada de la muerte, a convencer en Congreso de Ginecología, tras ganar su batalla en Colombia. Y piensa hacer lo mismo en Argentina y Nicaragua.
Los países ricos ofrecen dinero a los pobres para que maten a sus niños no nacidos, y es condición sin la cual no habrá ayudas del Fondo Internacional de Naciones Unidas. Los gobiernos han de someter al pueblo a sus planes de “salud reproductiva” y “derechos sexuales”, cuya envoltura lingüística esconde la más asquerosa corrupción: la matanza de los
más inocentes. No sé qué gusano corruptor capaz de congelar las entrañas del amor y de la compasión, se ha introducido
en las conciencias de unos pocos, como lo hiciera en Centro Europa en los años cuarenta.
¿ Hemos caído en la cuenta de lo que el aborto es y significa? Es la negación de la vida de quien acaba de comenzarla; es abocar a los pueblos a la vejez y a la ruina social y económica; es el maltrato más cobarde y vil que pensarse pueda; la mayor salvajada, friamente calculada. El aborto es la conversión del hombre civilizado en fiera, exponente de la degradación a que es capaz de llegar el ser humano repleto de egoísmo o ciego por ideologías devastadoras de la humanidad. Con fe religiosa o sin ella, un hombre recto jamás defendería el aborto. ¿ Y cómo nos atrevemos a juzgar a los nazis si nosotros no somos mejores que ellos? Hemos perdido nuestra capacidad de impresionarnos, nos hemos hecho cobardes y asesinos, repugnantes bichos con inteligencia de hombres pero sin corazón.
Cuanto más hablamos de ética, siendo, como somo, miserables asesinos salvajes, más repugnantes nos hacemos. Para vomitar. He llorado por esos niños, niños desgraciados que me rompen el alma. ¿ Y Dios?
Seguro que sus lágrimas no se secan. Y no lo olvidemos: es justo y no reparte bombones a malvados y desagradecidos.