El egoísmo, gusano prolífico

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

La avaricia, la envidia y el egoísmo son hermanos gemelos y raíz de muchos males en la familia. De nada sirven los lazos de sangre, más débiles aquí que el hilo de hilvanar. ¿Quién no se ha topado con algún egoísta? Alertas debemos estar, pues el gusano que los devora se propaga como los de la manzana podrida, corrompiendo los frutos sanos. El vocablo “egoísta”
viene del latín (ego = yo) y es tan antigua su esencia como antigua es la vida del hombre sobre la tierra. Ya en los primeros años de nuestra existencia, a los tres, aparece el “egocentrismo infantil”, harto natural, pero que se prolonga en muchos que no superan su infancia. El egoísta todo lo ve desde su propia y exclusiva perspectiva, incapaz, como es, de ponerse en el lugar o la piel de los demás: conoce sus derechos, pero su corazón ignora los de otros. Como si fuera el
ombligo del mundo, se siente en todas partes, el centro: entre sus hermanos y amigos, se cree el principal. Nada le sacia y fácilmente se vuelve codicioso; si , además, le pica la envidia, lo ajeno se le antoja mucho, y exagerado si es avaro. El
egoísmo es una muestra de inmadurez de la personalidad y de enanismo espiritual y moral. Frente a este vicio están la solidaridad y la generosidad, hechas de comprensión, vivas cuando se traducen en ayuda. El hombre generoso se conforma con lo suyo y aún lo propio lo comparte. Sólo quien cultiva un corazón bueno, vive en paz y consigo mismo satisfecho.


Me viene a la mente, el ejemplo de una conocida mía cuya piedad filial y amor fraterno son, para mí, un espejo luminoso: cuidó de su madre como si fuera hija única, librándola de ser una más de los “ancianos de la maleta”. Un día reunió a sus tres hermanos para repartir entre todos, por igual, los ahorros de la madre centenaria, sin preguntarse si sería justo
quedárselos ella como recompensa a sus sacrificios.


Por ser tan exquisita, me gusta repetirle: ‘quien ampara a sus padres por amor y sin pensar en el dinero, halla multiplicada su recompensa en el Cielo’.