Sed de infinito

Autor: Josefa Romo Garlito 

En un mundo como el nuestro, con una sed espiritual devoradora aunque no lo parezca a primera vista, el hombre acude a cualquier superchería para calmarla, y es así como proliferan las sectas y supersticiones.  Como decía Chesterton, "cuando un hombre deja de creer en Dios, pasa a creer en cualquier cosa". Lo material  no nos satisface, excepto si se trata de personas muy superficiales. Nuestra aspiración íntima no se colma con lo terreno, y eso nos hace intuir que estamos hechos para algo grande. El problema está en encontrar aguas limpias que sacien nuestra sed de infinito. Como me decía un estupendo educador, "el hombre sediento bebe incluso aguas ponzoñosas, y hasta su propio orín". Hoy mucha gente bebe en sectas y en falsas filosofías, como la Nueva Era, por ejemplo, y se envenenan por falta de amigos que les acerquen a las fuentes puras. Guardar para sí las aguas vivas y no compartirlas como se comparte entre hermanos una herencia, ¿no es signo de un egoísmo asfixiante? Muchos sienten un vacío inaguantable. Es necesario descubrir, al hombre moderno, la existencia de un Dios Padre que calma nuestros anhelos más íntimos. El cristiano que acude asiduamente a la oración, nota cómo su sed se apaga y su espíritu se serena.