Sacerdotes que dejan huella
Autor: Josefa Romo Garlito  

 

Con motivo del 150 aniversario del Santo Cura de Ars, Benedicto XVI proclamó “un especial Año Sacerdotal”, que termina el 19 de junio. En la historia cristiana, sobresale una pléyade de curas buenos, sin que falten los santos. ¿Quién no ha conocido u oído hablar de un cura así? Yo conozco a varios; pero quiero detenerme, ahora, en don Juan Carballo Nevado, un sacerdote natural de Santiago de Alcántara que ejerció su ministerio sacerdotal en Brozas, cuya iglesia parroquial de Santa María la Mayor guarda sus restos mortales. Un tío mío marchó con él a Brozas para que le diera clase. Las anécdotas que contaban en casa, de este cura del que decían “era un santo”, coinciden esencialmente con las referidas por sus familiares cercanos. Don Juan lo daba todo, y le parecía que él nada necesitaba. Cuanto llegaba a sus manos, desaparecía en un pispás: bastaba con que tropezara con un pobre por el camino (en su época, en Extremadura los había en tropel). Desde Santiago, los hermanos de don Juan le enviaban, con frecuencia, una caballería, cargadas de alimento las alforjas; pero, en seguida, su alacena quedaba vacía. ‘No puedo aguantar el sufrimiento de los pobres’, decía cuando le veían llegar a casa “descalzo”, unas veces; “sin pantalones” bajo la sotana, otras. En una ocasión, le regalaron la tela para una sotana, que no estrenó: antes de llegar a casa, vio a un pobre y…, lo de siempre. Dato curioso: los enfermos sabían que, siempre, después de recibir la visita de don Juan, encontrarían un regalito bajo la almohada.

Una sobrina suya me cuenta que se encontró, en Madrid, con una personalidad que- le dijo- le debe su posición a su tío don Juan Carballo. El consejo de este cura a su padre, le convirtió, de “bala”, en un joven estudioso y honrado.

Admirable: amante de la verdad, don Juan no permitía, a los suyos, decir una mentira; pero destacó, sobre todo, por su heroica y exquisita caridad. Impresionante: supo hacer realidad, en su vida, estos versos: “Abrir a todos mis brazos/ y consolar sus pesares,/ y entre risas y cantares, /darles la vida a pedazos” ( José Mª. Pemán).