Reformadores de la Iglesia
Autor: Josefa Romo Garlito  

 

 

El ex franciscano  José Arregui, en su crítica reciente a Monseñor Munilla, habla de una "cruzada restauracionista de la Iglesia española". Ojalá fuera así. ¿No recuerda, Arregui, las palabras de Jesús Crucificado a San Francisco de Asís: Francisco ve, y restaura mi Iglesia en ruinas”? El Poverello respondió con la fundación de una Orden religiosa ejemplar en la vivencia de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; de la  caridad  y la observancia de una rigurosa penitencia, sometiéndose a la autoridad del Papa, sin criticar a su Obispo. ¿Quiénes hacen progresar a la Iglesia?  Los santos, que son como los arquitectos: saben restaurar lo ruinoso,  reformar lo conveniente sin perder lo esencial, demoler lo que ya no sirve y crear, sin miedo,  nuevas estructuras de servicio para las nuevas necesidades. Hay, ahora, en la Iglesia, una corriente infiltrada en no pocas Órdenes religiosas, que se ha empeñado en alterar la doctrina católica tanto en la fe como en la administración de los sacramentos. Dicen ser admiradores de Juan XXIII; pero olvidan el lema del Papa Bueno: “obediencia y paz”. Los católicos no necesitamos  líderes religiosos que nos confundan o inciten a la rebeldía, sino santos que, como Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, San Pedro de Alcántara, Teresa de Calculta, etc., sepan crear y restaurar, con sencillez, valorando la obediencia ( es señal de humildad), confiando más en Dios que en sí mismos. La “teología de la liberación” y otras corrientes ideológicas populistas, a las que algunos religiosos sirven, ni liberan del pecado (algunos ni creen en él, pese al daño incluso visible que causa), ni de la angustia, ni de la pobreza, ni de nada; por el contrario,  adoptan formas  cercanas al marxismo opresor, en tanto atacan al Papa y a los Obispos fieles. Me gustaría que pudiéramos contar, hoy, con nuevos Franciscos de Asís, Teresas de Jesús, Pedros de Alcántara … Estos, que jamás rechazaron la obediencia ni criticaron a sus superiores jerárquicos,  fueron  verdaderos reformadores de la Iglesia.