Semana Santa

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

Curiosa la Semana Santa este año en el Vaticano, que ha contado con una novedad antigua: la recuperación de la celebración de la penitencia con confesión y absolución individual. Hasta el Renacimiento, ese rito era tradicional en Roma el Jueves Santo. El cardenal James F. Stafford explicó en su homilía del acto en la Basílica de San Pedro, que «la oscuridad del pecado no podrá suprimir nunca la luz de la misericordia divina». Es el consuelo y el aliento de pecador arrepentido.

En España, es costumbre desde la Edad Media, sacar las imágenes sagradas por las calles, incrementada esa tradición en el barroco. No ha terminado la devoción ni la costumbre, que se avivan
cada año en nuestros pueblos y ciudades (los que salen de vacaciones, acuden a los oficios y procesiones en el lugar), una prueba más contra las ideas que lanzan quienes buscan acomplejarnos con la caída de la fe, algo que les sucede a ellos y quisieran generalizar.
Cada vez que se llama al pueblo para un acto
religioso, la respuesta suele ser masiva y generosa.
La Semana Santa castellana, andaluza, extremeña, etc., es manifestación pública de devoción y Arte. Desde las andas, a la imaginería barroca; desde los lujosos y bellísimos trajes de algunas cofradías, a la música sacra, hacen vibrar el alma y la sensibilidad
de los fieles. No menos importante, el silencio que
muchas veces acompaña a estas devociones populares: ayuda a recoger el alma e invita a rezar y a meditar en la Pasión del Redentor.
Uno de los momentos más emotivos en algunas zonas ( Valladolid, por ejemplo), es el Encuentro de la Madre Dolorosa con su Hijo camino del Calvario. El dramatismo es tan intenso, que trae el recuerdo de los sufrimientos propios o ajenos a causa de graves injusticias. Unir nuestras penas a las de la Virgen, no las evapora; pero aporta consuelo y sentido, y las hace más llevaderas.