En el mes del amor y la amistad
El recibir está en el dar

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber


El pequeño Alán era un muchachito tímido y callado. Tenía unos once años. Un día, al llegar a casa, dijo a su madre que quería preparar una tarjeta de San Valentín para el próximo catorce de febrero y dársela a cada compañero de su clase. Ella pensó, con el corazón oprimido: "Ojala no haga eso", pues había observado que, cuando los niños volvían de la escuela, Alán iba siempre detrás de los demás. Los otros reían, conversaban e iban abrazados, pero Alán siempre quedaba excluido.

Así y todo, por seguirle la corriente compró papel, pegamento y lápices de colores. Alán, dedicó tres semanas a trabajar con mucha paciencia, noche tras noche, hasta hacer treinta y cinco tarjetas.

Al amanecer del Día de San Valentín, Alán no cabía en sí de entusiasmo. Juntó los regalos con todo cuidado, los metió en una bolsa y salió corriendo a la calle. La madre decidió prepararle sus pastelitos favoritos, para servírselos cuando regresara de la escuela. Sabía que llegaría desilusionado y de ese modo esperaba aliviarle un poco la pena. Le dolía pensar que él no iba a recibir muchos obsequios. Ninguno, quizá.

Esa tarde, puso en la mesa los pastelitos y el vaso de leche. Al oír el bullicio de los niños, miró por la ventana. Como cabía esperar, venían riendo y divirtiéndose en grande. Y como siempre, Alán venía último, aunque caminaba algo más deprisa que de costumbre.

La madre supuso que estallaría en lágrimas en cuanto entrara. El pobre venía con los brazos vacíos. Le abrió la puerta, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas. “Mami te preparó leche con pastelitos” le dijo.
Pero él apenas oyó esas palabras, pasó a su lado con expresión radiante, sin decir más que: “Ninguno! ¡Ninguno!”
Ella sintió que el corazón le daba un vuelco.
Y entonces el niño agregó felizmente: “¡No me olvidé de ninguno! ¡De ninguno!”

2) Para pensar

 

El amor más perfecto, nos ha dicho el Papa Benedicto XVI, es el que no se preocupa por uno mismo, sino por los demás. Suele haber un comienzo al procurar el bienestar personal (a ese amor los griegos lo llamaban “eros”). Pero ese amor primero contiene algo de egoísmo, pues busca sobre todo la propia felicidad. Ese amor hemos de saberlo perfeccionar y llegar a querer más que mi propio bien, la felicidad del amado (y a este amor le llamaban los griegos “ágape”).
Nuestro Señor Jesucristo nos dejó la enseñanza de cómo amar, pues nos dijo que nadie ama más a sus amigos que quien da la vida por ellos. Y Él dio la vida por nosotros. Ese amor es el más perfecto, pues está dispuesto al sacrificio y a la renuncia, incluyendo el estar dispuesto a dar la propia vida.
En esta vida estamos para procurar amar como el Señor nos ha amado.

3) Para vivir


Si bien el catorce de febrero se ha ido generalizando en mostrar el afecto, puede ser que realmente más que en darlo, estemos esperando en lo que recibamos. Si así fuera, no resultaría extraño que nos quedáramos heridos o susceptibles al no recibir el afecto que esperábamos.
Como el niño de la anécdota, podemos cuidar de que no haya ninguno que se quede sin recibir nuestro afecto, sin estar preocupados de qué recibo. Dice San Pablo que hay más alegría en dar que en recibir. Podemos procurar hacerlo realidad en nuestra vida.