Ser soldados de Cristo
Para tener la valentía de defender la fe

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber


Actualmente los países de Europa han querido estar unidos, formando una Comunidad Europea, aunque sobre todo es del tipo económica. Esta idea ya la tuvo en la Edad Media Carlomagno, quien se dedicó a reunir a todos los pueblos de Europa bajo su cetro fundando un gran imperio. También quería que todos sus habitantes tuvieran la verdad de la religión cristiana.
Antes de su gobierno, los oficiales del ejército sólo podían provenir de la nobleza, pero ahora podía ingresar cualquiera que demostrara tener capacidad para ello. Todo aquél que tuviera grandes cualidades podía recibir el honroso título de “caballero”.
Desde la niñez comenzaba la preparación: de los doce a los dieciséis años se entraba al servicio de un gran señor en calidad de “paje”; ahí aprendía el manejo de las armas y del caballo. Luego, se pasaba al grado de “escudero”, en que se le daba un escudo, un caballo y una espada, teniendo el honor de servir en la guerra a su señor. Y, por fin, cuando cumplía veintiún años de edad, el “escudero” podía ser armado “caballero”. De esta manera se comprometía a serle fiel a su rey y a defender su reino incluso con su propia vida.
Todo ello nos puede hacer comprender mejor lo que significa el Sacramento de la Confirmación. Pues este Sacramento nos hace soldados de Jesucristo, y se recibe la ayuda divina para poder ser fieles a la condición de cristianos y poder defender la fe con fortaleza y valentía.


2) Para pensar


La noche anterior a la ceremonia del nombramiento de “caballero”, el aspirante debía velar las armas toda una noche. Luego, en la mañana, venía la Santa Misa y la “Investidura de caballero”, a la que asistían los padrinos, familiares y otros invitados. Durante la ceremonia, que era muy solemne, juraba fidelidad al rey, a la religión y a la patria. Se le imponía la armadura, el yelmo, la espada y una espuela de oro. Al final, se le daba un golpe con una espada en el hombro o en la espalda.
Esta ceremonia tiene su semejanza con la de la Confirmación. El candidato a recibir el Sacramento desea también ser “caballero” o soldado de Jesucristo. La Iglesia considera tan importante este Sacramento que establece que sea el Obispo la persona que ordinariamente deba administrarlo, aunque también la puede delegar en un sacerdote.
El nuevo confirmado recibe con mayor plenitud que en el Bautismo al Espíritu Santo, quien lo reviste de sus “armas”: la gracia, las virtudes y sus siete dones. Con esa ayuda, es capaz de enfrentar a los enemigos del alma, en especial si quieren producir temor o vergüenza.
Por este Sacramento, los cristianos se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y, con ello, quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras (cfr. Lumen Gentium, n.11).
Una muestra nos la han dado los mártires de la Iglesia, que ha habido no sólo en los primeros siglos del cristianismo, sino en toda la Historia de la Iglesia. Han muerto dando el testimonio de lealtad a Cristo.
Pensemos si nos sentimos y obramos como fieles soldados de Cristo en todos los momentos de nuestra vida: en el trabajo, con los amigos y en la familia.


3) Para vivir


Lo que se espera de un soldado es que siendo fiel y leal a su patria, esté dispuesto a defenderla. Es tan grave la traición a la patria que en muchos países se castiga con la pena de muerte. Lo mismo se espera de todo cristiano, que sea leal a Cristo siempre: sea joven, niño o anciano; mujer u hombre; soltero, sacerdote, o casado. Sin embargo, sabiendo Cristo que nos puede vencer el miedo o temor nos ha enviado una gran ayuda: al Espíritu Santo.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que este Sacramento “nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz” (n. 1303).
Con su fuerza no hay enemigo que pueda vencernos. Aunque mil demonios nos amenazaran, con la gracia divina somos invencibles. Dios espera de cada uno de nosotros que correspondamos en todo momento con una lealtad a toda prueba, como el soldado más fiel de su ejército que está dispuesto primero a morir que a traicionar a su Señor.