La unidad en la Iglesia
¿Estamos unidos a Cristo?

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1)  Para saber

Cuando tenemos la desgracia de que se nos rompa un vaso de vidrio en muchos pedazos, nos damos cuenta de lo frágil que era su unidad; un golpe bastó para dejar de ser vaso.

Dicen los filósofos que hay diversos grados de unidad. Existe la unidad material como la del vaso o la de un carro. Pero hay una más fuerte. Por ejemplo, la unidad que hay entre los miembros de una familia, unidos por los lazos de sangre. O de manera similar, dos personas enamoradas están muy unidas aunque estén separadas.

También la persona mantiene una unidad: todo su cuerpo está unido gracias a su alma que lo vivifica. Por ello, si una parte de su cuerpo le duele, una mano por ejemplo, toda la persona lo resiente, y no sólo la mano. Gracias al alma se mantiene la unidad en el cuerpo humano.

San Agustín acude a la unidad que hay del alma espiritual con el cuerpo humano para explicar que de modo semejante se da la unidad entre el Espíritu Santo y la Iglesia: “Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia” (Sermón 267,4).

El Espíritu Santo tiene una importancia esencial en la Iglesia: nos mantiene a todos los bautizados unidos entre sí, y con Jesucristo, que es la Cabeza de la Iglesia. El Concilio Vaticano II lo afirma: El Espíritu Santo “une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (“Unitatis redintegratio”, n.2). 

2) Para pensar

Caminaban dos amigos, uno de ellos era católico y el otro cristiano. Éste le decía que ambos caminos hacia Dios eran prácticamente iguales: creían en un solo Dios, en la vida eterna, en el Cielo y en el Infierno; sólo no aceptaban la autoridad del Papa. Entonces el católico se limitó a cortar una rama de un árbol diciendo: “Mira, esta rama es recia como las otras; es flexible como las otras; sólo hay una diferencia, y es que las otras están unidas al tronco, y ésta no. Y aunque la diferencia no es mucha, las ramas unidas al árbol conservarán su lozanía y su vida, crecerán y se llenarán de fruto. En cambio, la que se separó del tronco no tardará en secarse”.

Jesucristo tomó el ejemplo de la vid para expresar la necesidad de la unión que había de tener con Él: “Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer” (Jn 15, 4-6).

3) Para vivir

Hemos de vivir agradecidos con el Señor al permitirnos vivir esa unidad con Él. Y podemos favorecerla si busquemos esa unión con Cristo especialmente en nuestra oración diaria y en la Eucaristía.

Como decía Juan Pablo II: “De la verdad de nuestra unión con Jesucristo en la Eucaristía queda patente en si amamos o no amamos de verdad a nuestros compañeros (...), en cómo tratamos a los demás y en especial a nuestra familia (...), en la voluntad de reconciliarnos con nuestros enemigos, y en el perdón a quienes nos hieren u ofenden” (Phoenix Park, 29-IX-1979).

La unidad con Cristo nos llevará a vivir fomentando la unidad con todos los demás.