El jugador de futbol
La historia del “calentabancas”

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

En esta ocasión transcribo un relato que me enviaron y me pareció interesante para reflexionar.

Sucede que un muchacho vivía solo con su padre, ambos tenían una muy buena relación. El joven era el de más baja estatura de la clase cuando comenzó la secundaria, e insistía en participar en el equipo de fútbol. Su padre siempre le explicaba que "el no tenía que jugar fútbol si no lo deseaba", pero el joven amaba el fútbol. Fue aceptado y no faltaba ni a una practica ni a un juego, estaba decidido a dar lo mejor de sí, se sentía felizmente comprometido!

Y aunque nunca lo metían a jugar, sin embargo su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. Le decían el “calentabancas” ya que siempre permanecía sentado... Su padre con su espíritu de luchador, siempre estaba presente, dándole palabras de aliento y el mejor apoyo que ningún hijo podía esperar.

Cuando comenzó la universidad quiso entrar al equipo de futbol, y aunque nadie creía que lo lograría, lo consiguió. El entrenador lo aceptó al mostrar su entrega y al dar a los demás mucho entusiasmo. El joven enviaba a su padre las entradas para que asistiera a todos los juegos de la universidad.

El joven era muy persistente, nunca faltó ni a una práctica ni a un juego durante los 4 años de la universidad, aunque nunca tuvo oportunidad de participar en ningún juego.

Al empezar las eliminatorias, justo al comenzar el primer juego, el entrenador le entregó un telegrama; el joven lo leyó y quedó en silencio... y temblando le dijo: "mi padre murió esta mañana, ¿no hay problema de que falte al juego?” El entrenador le abrazó y le dijo "toma el resto de la semana libre hijo y no se te ocurra venir el sábado."

Llegó el sábado y el juego no estaba muy bien pues iban perdiendo. El joven llegó al estadio uniformado para jugar. Sus compañeros se impresionaron al ver su empeño. “Entrenador, por favor, permítame jugar; yo tengo que jugar hoy" imploró el joven; el entrenador no podía permitir que su peor jugador entrará en las eliminatorias, pero insistió tanto que aceptó: "Bien hijo, puedes entrar, el campo es todo tuyo”.

El equipo y el público, no podían creerlo: un pequeño desconocido estaba haciendo todo perfectamente brillante, nadie podía detenerlo, corría fácilmente como toda una estrella, y su equipo empató el juego. En los segundos finales, el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar con una anotación, la gente en las gradas gritaba emocionada, su equipo lo llevó cargado por todo el campo.

Finalmente, cuando todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado calladamente, se acercó y le dijo: “Muchacho no puedo creerlo, estuviste fantástico, dime ¿cómo lo lograste?”. El joven miró al entrenador y le dijo: "Usted sabe que mi padre murió... pero, ¿sabía que mi padre era ciego?”; el joven hizo una pausa y trato de sonreír... "Mi padre asistió a todos mis juegos, pero hoy era la primera vez que él podía verme jugar... y yo quise mostrarle que si podía hacerlo…".

Este relato nos puede hacer pensar que todos tenemos también a un espectador que es nuestro Padre Dios, y eso debería bastar para hacer bien las cosas por amor a Él. Por ello dice San Pablo: “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”.