Carlos, a secas

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Lo conocí en un orfanato. Las escasas palabras que nos entrecruzamos me han marcado para toda la vida ¿Nunca has visitado un orfanato? Yo lo suelo hacer a menudo. Me gusta llevar ropa, caramelos y una sonrisa. Cada vez que me interno se me cae el alma a los pies. Lo malo es que ya me voy acostumbrando a levantármela. Pero esta vez fue diferente.
- Llévame contigo –me dijo un pequeño que apenas sostenía sus doce años -quiero vivir contigo- Jamás, nunca alguien me había interpelado de esa manera.
- ¿Cómo te llamas? –le pregunté-.
- ¡Carlos!
Me respondió con unos ojos oscuros.
- Carlos, ¿qué?, ¿cuál es tu apellido?
En ese momento me asió fuertemente de la mano, me abrazó al tiempo que su mirada se desinflaba como un globo.
- No lo sé. Sólo me llamo Carlos.
Sentí dentro de mí una descarga eléctrica. Sus ojos no me podrían engañar. Después me contaron su historia ¡Pobre Carlos! Había sido fruto de una aventura amorosa y ahora no sabía ni quién era su padre, ni dónde vivía su madre. Su padre estaba en su sangre y en algún lugar del mundo. Mi madre sé que me quiere, pero no estaba preparada para recibirme. Ahora estoy solo.
¿Nunca has experimentado que en la soledad el amor se hace sufrimiento? Carlos, ¡qué terrible es amar a un ausente!