El escándalo de la cruz

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

A propósito del artículo “buen samaritano” donde trataba de explicar de qué modo el dolor viene a ser un don de Dios para los hombres, me parece que alguno no está muy de acuerdo, y así me lo ha hecho saber uno de los lectores que ha quedado escandalizado.
Pues bien, no se me considere obstinado si vuelvo a la carga con más convicción si cabe, ya que tengo para mí que “no es el dolor lo que hace perder la fe, sino la pérdida de la fe es lo que hace inexplicable el dolor”. Es muy cierto que el dolor en sí mismo es un absurdo que no tiene explicación si se le considera desde una óptica puramente humana, pero como los hombres poseemos un alma inmortal que busca la trascendencia, eso mismo convierte las penas en medios excelentes de ascesis personal. Dios lo permite porque si se acepta con fe, es un medio privilegiado de crecimiento personal. El dolor aceptado día a día en sus mil pequeñas manifestaciones nos conduce a una gran madurez espiritual. Y para que vean que no soy el único que piensa así, Bernanós definió el dolor como “la esencia del corazón divino”, y el sufrimiento corporal y espiritual, “como lo más valioso que el Señor nos impone”. Y otro místico decía que “Dios nos habla con hechos hirientes”.