El espacio del alma

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Me puedo considerar un hombre que trata con muchas personas, una gran parte vive inmersa en el mundo de las grades ciudades, rodeada de imponentes centros comerciales, del celular, del I-POD, del pisa y corre, de los trancones de autos en las avenidas principales y todo lo caracteriza a ese monstruo de cemento armado y de asfalto. Otra parte vive en el campo, donde la vida es muy diversa. En el campo parece que los días son más largos, no hay prisa, se vive con sencillez exento de un sin fin de aparatos electrónicos. Pero lo diferencia más grande entre uno y otro no está en lo material, sino en la oportunidad que ofrece cada una de pensar en Dios. A los chicos, adultos de ciudad, ¡qué difícil les resulta la oración! Nunca tienen tiempo. Se aburren. No saben cómo hacerlo y terminan abandonándolo. En el campo sucede todo lo contrario: el contemplar por la noche el cielo adornado de estrellas, el canto del jilguero, las hermosas mariposas, el contemplar los colores atrapados en una gota de lluvia fresca suspendida de alguna flor, el olor del jazmín, de la gardenia, el arrullo del río, la tierra mojada por la lluvia, el relámpago. Todo me habla de Dios. Si la visión es un espacio del alma, como decía Karol Wojtyla, qué poco cielo tenemos en las ciudades.