Escuela de Humanismo

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Otra de las realidades del entramado humano es la enfermedad. ¿Quién no ha sentido alguna vez dolor de cabeza o un fuerte mal estomacal? ¿Quién no recuerda la frente ardiendo de fiebre? Aunque es relativamente fácil entender que el dolor físico es una reacción que el mismo cuerpo produce para alertarnos y ayudarnos a conservar la salud, que es como un tipo de alarma que nos avisa que algo no está bien. Sin embargo, ¡Cuánto nos cuesta aceptar el dolor! E incluso, también por eso, se le echa la culpa a Dios. Dios es bueno y nosotros no podemos dudar de Dios aunque a veces no entendamos el dolor. Bien está que nosotros procuremos eliminar o suavizar el dolor, mejor es sacar las lecciones que el dolor trae siempre consigo. Cuando asistimos a un enfermo, vemos que se mueve con lentitud, habla poco, implora sobre todo estar acompañado, los minutos les parecen horas. No obstante, la mayoría de los que han sufrido se vuelven más sensibles a las penurias que otros hombres pueden padecer, aprenden a valorar la vida, la salud, la familia, cosas que antes se daban por descontado. Son más pacientes y más comprensibles con los defectos del prójimo. En verdad, ¡qué maravilloso es Dios que hasta de la enfermedad saca el bien por partida doble!