Estatua de sal

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

¡No quiero verla! Pero ahí está: inmóvil y pertinaz. Las ropas negras y sucias. Arrugada la cara. Manos amarillentas. Ochenta años. Débil como una mirada infantil. Me persigue como furia de vendaval. Se esconde entre las hojas que caen en otoño, en el humo de las chimeneas o las zarazas de los caminos. Es horrible. Asusta a cualquiera. Sus pupilas, dos islotes solitarios en medio de un revuelto y caótico océano gris. Su mirada borra las estrellas de cualquier ilusión. Se trata de una enorme estatua de sal, llamada: PESIMISMO. Esta estatua se te adhiere a la piel como una máscara de cera y te envuelve, sin darte cuenta, en el egoísmo. La mejor manera de librarte de este mal es con dosis de ilusión. Nunca te desalientes. Empieza cada día con nuevos propósitos como si fuera el primero, el único y el último de tu vida. Hay que conquistar siempre nuevas metas cueste lo que cueste. ¡Adelante! Hay que crecerse y envalentonarse, como esos forzudos de circo. La gran carpa del mundo se sostiene con personalidades fuertes y recias, resplandecientes de optimismo. Hombre es el que nace de nuevo. Hay que morir cada noche, para resucitar todas las mañanas para no terminar convertido en estatuas de sal.