Medio lleno

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

¿Quién es entonces el optimista? En contraposición al pesimista, sería la postura de quien mira la vida desde el prisma de la bondad. El optimista siempre espera lo mejor, vive seguro de que lo malo pasará y espera siempre tiempos mejores. Su máxima bien podría ser: “no hay mal que por bien no venga”. Pero del mismo modo en que el pesimista lucha sin esperanza, el optimista puede caer en una actitud superficial y ligera si se queda en la inmediatez de las cosas, en los resultados empíricos, en lo agradable de los hechos, en apreciaciones subjetivas que no van a lo profundo. Hay una gran distinción entre el optimismo y la esperanza. Porque la esperanza, además de ser una virtud teologal, es conciente y responsable de su presente, lo valora y lo enfrenta con realismo, sabe que su vida es trascendente, que el drama humano sí será superado. ¿Recuerdas la historia de Anita, la huerfanita? Fue famosa porque en medio de la recesión económica de los Estados Unidos de los años 30, comienza a cantar y reunir a su amigas para avivar la esperanza destacando el valor de las cosas pequeñas: una sonrisa, el calor del sol, el color de los bosques... y contagió a muchos corazones y convirtió a su pueblo.