Ojos que no ven

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

De niño tuve un profesor que iba a mi casa a darme clases de guitarra. La novedad es que él era ciego. En varias ocasiones iba acompañado de su fiel compañero de camita, un pastor negro llamado Kap. ¿Tú sabes lo que significa estar ciego? Piensa un poco. ¡No ver nada! ¡Absolutamente nada! No distinguir el día de la noche, no ver ni el cielo, ni el sol, ni los árboles. Prueba un poco y trata de permanecer con los ojos cerrados: inmediatamente sobreviene el temor y la parálisis. Sin embargo, para los ciegos ni es así, para ellos existe otro mundo en donde gozan y ríen y son felices. Parece que Dios les regaló otros ojos que les permite suplir lo que sus ojos no alcanzan a ver. Saben por la temperatura si hace sol o si está nublado, por la voz si la persona es alta o baja, cuando van por las calles reconocen las tiendas por el olor que emiten. El tacto es su vista, por ello es que aman la música con pasión. ¡Hay que verlos tocar el piano, la flauta o la guitarra! Mi profesor me dijo que la única vez que deseó con vehemencia poder ver fue cuando nació su primer hijo. Sólo pedía un segundo que jamás se le concedió. En cambio, por las calles andamos tantos que teniendo ojos, no vemos.