Sopa de lenguado

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

En una tertulia con mis amigos del viernes, resultó que Gerardo rehusó a la hora del almuerzo, un sabroso filete de ternera. -¡Lo siento! Es viernes de cuaresma y no puedo comer carne. Tomaré en esta ocasión un poco de pescado-. El resto de los amigos nos quedamos asombrados y le hostigamos un poco sobre esas creencias arcaicas. -¿Qué más da comer carne de res que de pescado? Sacrificio es que no pruebes bocado, pero si te devoras unos camarones al mojo de ago, ¡menudo castigo te inflinges, chiquito!- exclamó Carlos. Es verdad, contestó Gerardo, pero al sacrificio del no comer carne, lo acompaño con otro tipo de penitencia que lo hacen meritorio. - ¿Como qué? Interrumpió Carlos. ¿No me digas que eres de los que se flagelan y esas cosas?- ¡No, hombre! No seas idiota. Yo te hablo de otro tipo de sacrificio que tú también puede hacer ¿sabes? Como es el guardar abstinencia del murmurar de la gente, del andar criticando a los demás, del chismoseas en lo ajeno, del perder el tiempo como un vago, del discutir por nada, del andar siempre quejándote, del hablar todo el tiempo de tus cosas o del meter las narices en donde no te llaman. ¡Toma! Gritaron todos a carcajadas. ¡Tráiganle al mucho pez y a Carlitos sopita de lenguado!