Tienen alas y vuelan

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

La oración al ángel de la guarda ha sido en muchos casos la primera plegaria que aprendimos de niños. ¿Quién no recuerda haber recitado, con las manos juntas en el pecho: “Angelito de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que me dejes en los brazos de Jesús, José y María”? Los ángeles están para iluminar, guiar, aconsejar y guardarnos de los peligros físicos y morales que cada día nos acechan. Al mío le puse de nombre Flavio y es muy eficaz, pero no sólo para encontrar lugar en los estacionamientos, ¡qué vulgaridad! Flavio me enseña a ser prudente para decir lo que debo hablar o lo que debo callar; me hace intuir el estado de ánimo de las personas para poderlas ayudar; me invita a hacer cada día alguna obra buena por los otros; me inspira siempre buenos pensamientos y en todo momento me empuja a dar lo mejor de mí mismo en cada cosa que hago. ¡Qué buenos aliados tenemos! ¡Qué magníficos compañeros! Ellos son los únicos que tienen alas y acuden raudos en nuestro auxilio.