Vivo sin vivir en mí

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Los filósofos nos enseñan que la gran diferencia que existe entre los hombres y los animales es que los primeros tenemos interioridad, mientras que los animales carecen de ella. El hombre puede reflexionar, volver sobre sí mismo, analizar su vida y lo que está haciendo con ella, mientras que el animal cuando no come, duerme. Pero no tiene vida interior. La grandeza del hombre se halla en su interior, en su capacidad de amar, de perdonar, de comprender... sin embargo, no esta exento de tres grandes enemigos que paralizan su alma: la distracción, la diversión y la disipación. Los tres nos enajenan de nosotros mismo y nos hacen vivir de lo exterior, de la novedad, de todo aquello que no soy yo. Sus risas son máscaras de la tragedia que viven por dentro, y digo tragedia porque están vacíos. La dispersión es la perversión de la vida, ya que la vida hay que colorearla dándole sentido a todo lo que se hace. La diversión, si me permiten la comparación, es la borrachera del alma, en pequeñas dosis alegra y hace descansar, pero en exceso, embriaga. La distracción es el estado de fuga interior. Es un vivir extraño a sí mismo. Son como campanas que no replican, son como fuentes sin agua...