Operación rescate

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

La brillante operación del ejército nacional de Colombia, en el rescate del grupo de secuestrados en poder de las FARC, entre los que se hallaba Ingrid Betancourt, colmó de alegría la opinión pública. Es indescriptible la emoción que todos experimentamos al ver descender del helicóptero los rostros radiantes de felicidad de los que estuvieron privados de libertad durante varios años y ahora regresan con vida a su casa y a los brazos de los suyos. Era lógico que hayan llegado dando gracias a Dios porque cuando se pierde la esperanza humana, el único que permanece a tu lado es Él. Un Dios cercano que sabes que te mira y te infunde fortaleza para no desesperar.  Esta misma experiencia la hacen los enfermos terminales, porque por muy acompañados que estén y por muchas atenciones médicas que  reciban, el sentimiento de soledad es grande porque el que está postrado, el que sufre la humillación del quebranto físico, es él. En la encíclica Spes Salvi, (5) el Papa explica esta sensación de modo magistral: “Jesús es el único que me puede acompañar por el camino de la última soledad, va conmigo guiándome, no me deja solo porque su vara y su cayado me dan seguridad”.