El silencio de san José

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

El silencio puede ser expresión del simple deseo de no querer hablar, o incluso de desprecio hacia el prójimo, de enojo o de molestia. Cuando contemplamos el silencio de san José, el esposo de la Virgen María, nos damos cuenta de que es un silencio que escucha para poder dar. Es un silencio que transmite paz y seguridad. Es un silencio que comprende,  que no habla con las palabras, pero sí con las obras. San José aparece en el evangelio atento y dócil a las inspiraciones de Dios: “Se levantó de noche, tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto”. (Mt. 2,14) En una cultura ruidosa, estridente y ensordecedora, ¿cómo pretendemos escuchar a Dios? El silencio no es vacío, sino una condición para que el hombre reflexione, ore, se encuentre consigo mismo. Los momentos sublimes se viven en silencio: la consagración y la adoración de la Eucaristía, la contemplación de un paisaje o de una obra de arte, la oración, el respeto ante el dolor ajeno, el consuelo. “Hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que florece”. Por cada bomba que explota, hay millones de caricias que ennoblecen. Un grito aleja, el silencio atrae  y expresa lo que las palabras no pueden.