Tus obras te juzgarán

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

En 1314 fue condenado a morir en una hoguera el gran maestre de la orden de los templarios, Jacques de Molay, por orden del rey de Francia, Felipe IV, el Hermoso. La orden se fundó para proteger a los cristianos que peregrinaban a Tierra Santa. En cien años se convirtió en la organización más poderosa de occidente en el sentido militar y económico. Fue entonces cuando el rey Felipe el Hermoso presionó al Papa Clemente V para suprimir la orden y quedarse con todas sus posesiones. Maurice Druon lo cuenta en la historia novelada: “Los reyes malditos”.  A punto de ser abrasado por las llamas, Jacques de Molay emplazó al rey, al canciller y al Papa a comparecer ante el tribunal de Dios por sus delitos y los tres murieron antes de cumplirse el año. Cualquiera podría pensar que se trató de una maldición, pero andando en la historia nos encontramos a Marigny, el fiel administrador del rey de Francia, quien a punto de ser ahorcado a traición se dio cuenta de que: “La maldición no venía de Dios, provenía de sí mismo y no tenía otra fuente que sus propios actos, y lo mismo sucedía con todos los hombres y con todos sus castigos”. Son nuestras obras las que nos premian o condenan.