El castigo

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Algunas palabras van desapareciendo del lenguaje porque son incómodas o se han convertido en expresiones “políticamente incorrectas”, como por ejemplo, castigar. Esta palabra produce rechazo como si de algo malo se tratara. Los padres de familia castigan cada vez menos y cuando lo hacen, sufren la presión del ambiente y el remordimiento de saber si están haciendo lo correcto cuando el hijo desobedece o incumple con sus obligaciones. En el colegio ya no se castiga porque la ley de protección al menor es severa y porque va contra la autoestima del individuo, su dignidad y los derechos humanos. En el ámbito civil se castiga poco, basta preguntar a un policía para darse cuenta de la impotencia ante malandrines con quienes no hay mucho qué hacer fuera de un buen susto que le sirva de escarmiento. El castigo ha tomado un sentido peyorativo y nos olvidamos que es ante todo un remedio, que posee una dimensión medicinal, es por así decirlo, otra expresión del amor. El castigo no es venganza ni revancha, pero sí debe ser justo y proporcional. Nadie castiga porque se ha pecado, sino para que no se peque, por eso, si no quieres ser castigado, sé juez de ti mismo, corrígete y repréndete.