Reflexiones desde la debilidad

En un pueblo navarro: 1993

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Cadreita, es un pueblo de Navarra: de paisaje alegre, de horizontes despejados, donde el cielo auténticamente se junta con la tierra. Vivió durante el año 93 en los cuatro primeros meses una muestra de la "caricia extraña" de Dios. Quienes son conscientes de que esta vida es un paso a la eternidad, lo entienden a la primera.

Normalmente en Cadreita se celebran entre ocho y doce funerales al año. Pues bien, hasta la segunda quincena de abril del 93, fueron diecisiete los que cruzaron la frontera de la vida en este mundo. Uno de ellos, el párroco, Don Jesús, despidió al pueblo para siempre realizando el mismo gesto de amor de Cristo en la Ultima Cena: el lavatorio de los pies en la tarde del Jueves Santo. Impresionante para los fieles aquella muerte inesperada y en circunstancias tan dramáticas. Un coro numeroso de personas del pueblo, junto con su sacerdote, se presentó ante Dios en el primer cuatrimestre del año.

La Providencia del Señor estuvo con los habitantes de aquella villa navarra, como lo está con todos nosotros cuando sufrimos. Jesucristo es dueño de la vida y de lo que nosotros hemos convenido en llamar muerte. Para los creyentes resultó aquella cuaresma un tiempo de gracia, un tiempo de salud. Y también para los corazones más fríos.

"Esto de diecisiete muertes en menos de cuatro meses - me lo comentaba un vecino- no es normal en el pueblo." Y de ahí sacaron todos motivo para reflexionar, motivo para señalar hacia arriba, porque nuestra Patria está en el Cielo. Nosotros también nos hacemos hoy esta consideración. La vida es breve, es caduca y frágil. Aquello de que "somos peregrinos" lo palparon al vivo nuestros amigos del pueblo navarro. Hemos de estar con Dios. Hemos de "buscar las cosas de arriba, gustar de las cosas de arriba, no de las de la tierra," como nos lo recuerda San Pablo.

Sugerirás con frecuencia estas ideas a tu mente, y ¿por qué no?, también en nuestra conversación. Todos tenemos hambre de Trascendencia, tenemos hambre de Dios. Por eso no nos sacian - y pueden llegar a hastiarnos- los placeres de la vida.

Ojalá lleguemos como los santos a hablar desde el fondo del alma, enriquecida, purificada por nuestras enfermedades. Que nos vean lo que somos: LOS ENAMORADOS DE DIOS. Así debiéramos ser todos los cristianos: los amadores de Dios.

Podemos decir con San Pablo: "Antes éramos tinieblas, pero ahora somos luz en el Señor." Y no se trata de un canto de victoria. La humildad más elemental y la prudencia nos van a impulsar a tomar precauciones, a sentirnos débiles dentro de la FORTALEZA del que primero nos amó. Bendito sea el Señor Resucitado.