Domingo XXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C
“Escucha, Señor, y respóndeme; salva a tu siervo que confía en ti. Ten piedad de mí, Dios mío, pues sin cesar te invoco”

Autor: Padre José Rodrigo Cepeda

 

 

1ª Lectura: Del Profeta Isaías 66, 18-21

Salmo: 116

2ª Lectura: De la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13

Evangelio: Según San Lucas 13, 22-30 

“Señor, ¿Es verdad que son pocos los que se salvan?” 

Es una pregunta poco usual, pero da pie a preguntarnos, si realmente estamos haciendo nuestra parte, para poder salvarnos, o si somos indiferentes a ello y nos pasa de noche lo que tendría que ser un imperativo en nuestras vidas. “Dios que te creo sin ti, no te salvara sin ti” Nos dirá San Agustín. Indicándonos la responsabilidad que tenemos ante nuestra propia salvación.

En el Evangelio de este domingo. Jesús nos dice que todos los hombres estamos llamados a vivir con Dios, pero que no hay puestos adquiridos por adelantado. Cada uno de nosotros tienes que pasar por la puerta estrecha de la renuncia y la entrega de sí mismo.  

 

Una salvación universal. 

La Salvación que Dios anuncia para la humanidad, es universal, sin barreras religiosas y tribales.  Jesús en el Evangelio parte de una pregunta que le da lugar a una nueva catequesis. Sobre el número de los que se salvan. Dios quiere que todos los hombres se salven, pero hay que esforzarse por hacer el bien, sacrificando lo que haga falta, pues la puerta es estrecha, el camino no es fácil, pues es recurrente a los valores del Reino y a la vivencia de los mismos entre los demás. Por eso la renuncia primera es a si mismo, al egoísmo, a la injusticia, a la maldad, al daño a los demás y un largo etc.…

El autor de la carta a los Hebreos expone que en el camino hacia Dios, guiados por la fe, hay lugar para las penalidades que conviene sobrellevar con espíritu penitencial, aceptándolas como advertencias y correctivos divinos.

 

Invitados a un banquete  

Cada domingo los fieles Católicos, somos invitados a un banquete y participamos de él, de la Palabra que alimenta nuestro espíritu y del Pan de la Vida que es la Eucaristía. Jesús en el Evangelio nos muestra a los que no han sido encontrados dignos de la salvación, de cómo reclaman: “Hemos comido y bebido contigo” Lo mismo nos puede pasar a muchos que confiados pensamos que solo el cumplir con el precepto dominical nos hace merecedores de la salvación. Nada más alejado de la realidad, Ciertamente la Eucaristía Dominical es el culmen de la vida cristiana, es de donde mana todo lo que somos, pero también en donde se consolida lo que tendríamos que ser. De que vale nuestra asistencia, si esta es pasiva, o si al salir de la Misa regresamos a nuestra realidad de miseria y de pecado y no hay lugar para la conversión y la renuncia a todo lo que no nos permite acércanos al banquete con el traje blanco de los que se saben gozosos ante el Señor, de los que lucha por tener una vida consecuente con lo que creen, los que se esfuerzan por consolidad un mundo mas justo, señalando todo lo que lo divida y lo destruya, aunque esto les acarrea la persecución y la falta de popularidad.  Si es verdad hemos participado del banquete regio de la palabra, pero esta no ha cambiado nuestra forma de vivir e incluso somos capaces de utilizarla para nuestros propios beneficios. Y nos hemos acercado a participar de la Comunión consientes de que no estamos preparados para recibir el Pan que da vida, por que nuestra apuesta esta al lado contrario, el de la muerte, el del pecado. Cuando resuene la Voz de no les conozco… no tendríamos que sorprendernos, es la consecuencia de lo que queremos ser.

 

La Última Palabra  

Es para recordar que nunca es tarde, para regresar al camino regio de la salvación. Por eso los confesionarios de nuestros templos son una invitación a iniciar este camino de retorno al Padre como un hijo prodigo a seno de  la Iglesia que es maestra y educadora de la vida moral cristiana y testimonio de fidelidad al Evangelio,  ella es la mejor palabra evangelizadora ante el mundo.

Hace unos Domingos estuve celebrando una Boda en Querétaro en una de esas majestuosas Iglesias coloniales, en donde todo es arte y belleza, en donde la arquitectura y el ornato de nuestros templos era la mejor catequesis que entraba por los ojos y se clava en el alma del creyente. En uno de estos templos observe una bella y sugestiva imagen del purgatorio, en donde muchas imágenes de madera policromada luchaba entre el fuego de la purificación, mientras una mano Divina iba rescatándoles, por las oraciones de los fieles. Escuche un comentario que me pareció gracioso al principio pero luego me ha hecho reflexionar. El dicho comentario lo hacia un adolescente turista como yo en aquella ciudad de palacios: “Ya viste los que se queman llevan mitras y coronas y bonetes…” y si los que allí se quemaban eran clérigos en su mayoría y obispos  y reyes. No cabe duda que la pedagogía de los aquellos frailes franciscanos era estupenda, pues les mostraba a los fieles que los primeros que podemos fallar, somos los que mas responsabilidad tenemos y mayores gracias hemos recibido, la imagen atemoriza pero invita a la confianza pues al pie de ella hay  una frase latina que dice así: “la oración todo lo salva”

Que Maria maestra de oración nos muestre el camino a seguir en la fidelidad al Evangelio.  

Con mis pobres oraciones necesitado de las vuestras.