Domingo II de Cuaresma, Ciclo A

“¡Escuchadle!”

Autor: Padre José Rodrigo López Cepeda 

 

 

Llevamos unos días de Cuaresma. Tal vez no hemos entrado del todo en la marcha de la Pascua y la Iglesia quiere animarnos, brindándonos el esplendor de Jesucristo. ¡Este es mi Hijo amado!

En la Liturgia de hoy: 


- Oímos como Abrahán: “Sal de tu tierra… vete a la tierra que yo te mostraré” 

- Enriquecida nuestra fe, decimos con Pedro: “Señor, qué hermoso es estar aquí” 

- Y escuchamos a San Pablo: “Toma parte en los duros trabajos del Evangelio”


“Sal de tu tierra… Abrahán marchó como se lo había dicho el Señor”

La Biblia no nos había hablado de él. Y de repente, pasado el Diluvio y el fracaso de la Torre de Babel, cuando Dios quiere un mundo nuevo, llama al viejo Patriarca.

Ponte en camino, deja tu vida de siempre y emprende una nueva aventura. Construye con tus manos un mundo nuevo. “Haré de ti un gran pueblo” Abrahán no tenía otra garantía que la Palabra de Dios. Se fío, se aventuro, conoció horas difíciles, algunas amargas, en algún momento se le eclipsó por completo el horizonte de la esperanza, pero nunca dejó la mano de Yavé. Y le fue muy bien. Isaac significa el hijo de la sonrisa. Abrahán pudo reir, porque Dios no falla nunca. ( Gen 18. 13. 21. 6. 7. ) Desde entonces sabemos que tener fe es confiar en Dios, abandonarse en sus manos. Que Él no te ahorra dificultades, que el camino a veces es oscuro, pero que cumple su palabra “Dichosos los que creen sin haber visto”

Hoy somos ese Abrahán instalado, cumplidor tranquilo de su vida religiosa, tal vez un poco rutinario y Jesús nos sale al paso: “ Sal de tu tierra… Vete a una tierra nueva” Cada uno sabe de que tierra lo quiere arrancar el Señor, para conocer la tierra nueva que nos promete el itinerario de la Cuaresma. La vida cristiana es siempre camino, aventura detrás de Jesús.


“Se transfiguró delante de ellos... Y su rostro resplandeció como el sol”

También los Apóstoles habían salido de su tierra. “Venido conmigo que yo os haré pescadores de hombres” Pero Jesús les hablo de muerte y resurrección, les anuncio un camino de cruz también para ellos, se asustaron y se escandalizaron y quisieron apartar a Jesús de su camino (Mt. 16 21-28) 

Y para devolverles la confianza, se los llevo al Tabor. “Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y los llevo a una montaña alta”

Quería que lo conocieran bien. Lo conocían como amigo, le habían visto hacer cosas maravillosas, pero no habían entrado del todo en su personalidad y por eso se transfiguró. Lo vieron en todo su esplendor. 



- Vieron destellos de su divinidad. “Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve”

- La ley y los Profetas se dieron cita con Jesús: “Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él”

- Oyeron la voz del Padre celestial: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”

- El propio Jesús les animó a seguirle en su camino: “Levantaos. No temáis” 

- Nosotros seguidores de Jesús, que vamos a una vida nueva, que queremos hacer nueva tierra, no podemos tener miedo. El camino es difícil, pero Él va con nosotros. Nos gustaría poder decir como Pedro: “¡Que bueno es estar aquí ¡” Pero la fe, que nos da confianza para ser seguidores y nos marca el camino, no siempre nos deja este disfrute. Por eso no fiamos. Obedecemos al Padre: “ESCUCHADLE” y hacemos de la Cuaresma un tiempo abundante de Palabra, oración, vida eclesial y fraternidad para que nuestra fe vaya creciendo. 


“Tomo parte en los duros trabajos del Evangelio… Dios dispuso darnos su gracia”

Somos discípulos y seguidores de Jesús hasta los últimos detalles. Vivimos en la tierra nueva de la Iglesia, hacemos un mundo nuevo en nuestro entorno, si tenemos un nuevo corazón. Pero este nuevo corazón lo hace la gracia de Dios, que nos transfigura. 

Nosotros necesitamos la gracia de la conversión. Se lo pedimos a María que camina con nosotros. 


Con mis pobres oraciones.