El Dios de la Revelación

Autor: Padre Juan Carlos Navarro

Sitio Web: www.elescoliasta.org



1. La fe trinitaria en el cristianismo actual

 

Los problemas de la confesión de fe trinitaria

El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe” (DCG 43). “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos” (DCG 47).

CIC 234

 

La Santísima Trinidad es el misterio central de la fe a partir del que deben ser comprendidos los demás y al que, de una u otra forma, todos se refieren. Toda la fe y la vida de los cristianos puede ser vista como expresión y consecuencia de la manifestación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, la importancia del misterio trinitario de Dios no está ni mucho menos clara para los cristianos del siglo XXI. La Trinidad es, para gran parte de los creyentes, una verdad incomprensible y marginal. Esta separación entre la enseñanza oficial de la Iglesia y la fe real de los cristianos, de la que muchos no son ni siquiera conscientes, está marcando negativamente la vida de la Iglesia de nuestro tiempo. Si un contenido de fe tan fundamental y distintivo del cristianismo no es conocido y valorado por los cristianos en su justa medida, está faltando algo importante para dar densidad y fuerza a su compromiso vital.

Para muchos la idea de la Trinidad es la glorificación de un absurdo en cifras: “uno es igual a tres”. Esto llega hasta el punto de poder escuchar en boca de cristianos convencidos y activos afirmaciones tan contrarias a la verdadera fe de la Iglesia como que “Dios es una persona en tres personas” o que “Dios, si es omnipotente, puede ser las personas que quiera”. Cuando se intenta matizar esta idea para reconducirla al verdadero contenido de la fe eclesial, fácilmente nos encontramos con un rechazo de los conceptos necesarios para ello (persona, substancia, naturaleza, relación...), porque parecen, en su uso teológico, demasiado técnicos y abstractos para poder ser comprendidos.

A lo largo de los siglos los teólogos han realizado un ingente esfuerzo de comprensión y expresión del misterio trinitario de Dios, llegando a cotas cada vez mayores de abstracción y precisión, pero con el riesgo de olvidar las raíces de este misterio en la Revelación viva de Dios a lo largo de la historia de la salvación. El resultado ha sido que la doctrina trinitaria se ha convertido en un tratado esotérico asequible sólo a los especialistas, para el cristiano normal se ha quedado fuera de cualquier intento sincero y serio de reflexión. Se afirma la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo únicamente como una verdad recibida de la Iglesia, por tradición, en el sentido más débil de la palabra. Hay que mantenerla aunque no se sepa muy bien ni qué es lo que afirma, ni por qué, ni qué importancia pueda tener. Terminamos cayendo en un fideísmo que impone el creer sin pensar. Paradójicamente, todo un monumental esfuerzo de reflexión racional sobre el misterio de Dios ha terminado situándolo en el campo del sinsentido y del absurdo.

La Trinidad es considerada en otros casos una verdad marginal de la fe cristiana. Para muchos cristianos la vida de piedad y de compromiso con la fe no cambiaría en nada si desapareciera la idea de la Trinidad. Si, intentando imaginar un imposible, mañana se dijera por parte del Magisterio de la Iglesia, que Dios no es Padre, Hijo y Espíritu Santo, un buen número de cristianos se limitaría a tomar nota de lo dicho y seguirían viviendo su fe de la misma forma en que lo han hecho hasta ahora. Lo importante, se piensa, es creer en Dios, y cualquier matización sobre qué idea de Dios tenemos parece algo accidental y sin demasiada importancia.

Esta situación responde a unos condicionantes históricos que han sido tremendamente influyentes en la conciencia cristiana. En primer lugar siempre ha habido por parte de la Iglesia una conciencia clara de la necesidad de evitar cualquier peligro de triteísmo, agudizada por el hecho de haber sido acusada de ello tanto por judíos como por musulmanes. Para eludir esa acusación se ha acentuado la unidad de Dios, en ocasiones dejando de lado su Trinidad.

En segundo lugar, también las circunstancias concretas de los últimos siglos han favorecido este fenómeno. Frente al ateísmo emergente a partir del siglo XIX, la respuesta cristiana se ha centrado sobre todo en la afirmación de la existencia de Dios. Puesto que lo que se ponía en duda era la misma existencia de Dios, los problemas sobre cómo es Dios parecían de menor importancia. La preocupación primera de la teología era hacer que la razón moderna aceptara la existencia de Dios, en vez de mostrar la plenitud del Dios revelado en Jesucristo. La consecuencia final es una pérdida de lo originalmente cristiano que termina desembocando con facilidad en una idea neutra de Dios, tan genérica que tiene poco que ver con el Dios de la Revelación cristiana y no afecta casi nada a la vida.

Frente a todo eso el dogma de la Trinidad sigue siendo una presencia pertinaz, aunque muchas veces inadvertida, en la fe y en la vida cristiana. Seguimos bautizando en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y en ese mismo nombre comenzamos nuestras celebraciones. Existe, en fin, una tremenda ruptura entre la formulación teórica de la fe y la vida cristiana real, entre su celebración y el testimonio que los cristianos damos de ella. Por todo esto es absolutamente necesario recuperar el sentido del dogma trinitario como núcleo central de la fe cristiana. No podemos conformarnos con refugiarnos en pensar que se trata de un misterio impenetrable que es mejor creer, aunque no sepamos realmente lo que creemos, porque eso sería no creer. El primer paso es comprender qué queremos decir cuando afirmamos que la Trinidad de Dios es un misterio.

La Trinidad de Dios como misterio

La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto” (Conc. Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.

CIC 237

La Trinidad es un misterio, pero un misterio, en sentido religioso, no es un absurdo, ni un enigma, ni un secreto. Absurdo es una afirmación contradictoria, enigma es un artificio lingüístico que intenta esconder un significado oculto, secreto es algo que aún no conocemos y algún día sabremos. La Trinidad no es contradicción, ni enigma, ni secreto, sino misterio. Misterio es una realidad concreta, objeto de conocimiento vital, que desborda nuestra capacidad de comprensión precisamente porque hace presente algo que nos supera totalmente. Como ejemplos de misterio podríamos poner el amor de unos novios o el de unos padres por su hijo. Se trata de realidades concretas y experimentables, pero que desbordan la capacidad de comprensión de la persona. Amar significa poner al otro por encima de uno mismo, por encima de todo, ver en el otro algo más importante que la propia vida, y esto es un misterio, una experiencia que nos supera, que nos enfrenta a lo infinito y nos abre nuevos horizontes. Esta calidad de misterio del amor explica el hecho de que nunca se termine de hablar de él, ninguna palabra es capaz de definirlo, pero se impone la necesidad de expresarlo, de buscar nuevas formas de comunicar una realidad cuya grandeza nos agranda y sobrecoge al mismo tiempo. Esta situación es, en sus condicionantes principales, la misma en la que se encuentra el creyente cuando quiere dar cuenta del misterio del Dios revelado en Jesucristo.

Lo que hace que algo sea misterio, en el sentido propio de la palabra, no es su ocultación, sino su manifestación. Si de Dios no pudiéramos saber absolutamente nada no sería un misterio, sino un secreto o un enigma, Dios es misterio porque, en su manifestarse al mundo permanece siendo realidad infinita e inabarcable. Por eso la Trinidad de Dios es un misterio que no puede ser conocido si no es revelado. La fe cristiana en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo no tiene su razón de ser en una especulación racional-filosófica, sino en la manifestación de Dios a lo largo de la historia de la salvación. Dios no es misterio por lo que oculta, sino por lo que muestra de su ser en el mundo. Dios es misterio porque es salvador, porque se hace presente en nuestra historia como realidad viva y acogedora para la humanidad.

Esta manifestación de Dios está presente en toda la realidad del universo, pero sólo ha llegado a su culminación en la obra salvadora de Jesucristo, presente en la Iglesia por su Espíritu. El Dios creador conocido por la filosofía y el Dios salvador manifestado en la historia de Israel no son distintos del Dios de Jesús. Con esto no queremos decir que se puedan identificar sin más, pero no podemos establecer entre ellos una diferencia absoluta. Como bien expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, las huellas del ser trinitario de Dios están en todas sus obras, desde la creación hasta la alianza con Israel, pero sólo se muestran en su misteriosa profundidad en la obra de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo.

Para recuperar el sentido y el valor del dogma trinitario en nuestra experiencia de fe no basta con definir y clarificar sus conceptos teológicos, podríamos tener una idea especulativa de la Trinidad de gran precisión en cuanto a lo conceptual que no llegara a tocar nuestra vida. Necesitamos recuperar el valor del Dios Trinitario en la vida cristiana, y lo haremos a partir de su lugar propio: la historia de la salvación, que es donde se despliega la revelación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tomando como orientación esta idea marcamos las etapas de nuestro camino: Comenzaremos repasando cómo se ha manifestado de hecho Dios a lo largo de la historia de la Alianza con Israel culminada en la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo. La propuesta que sustenta estos primeros pasos es la de dejar a Dios ser Dios, permitir que sea su propia revelación la que sirva de norma a nuestras palabras. Será esta historia de la revelación de Dios el marco en el que situaremos toda la evolución teológica de la reflexión sobre la Trinidad, porque la Trinidad es revelación salvífica de Dios, y el contexto adecuado para entenderla es el anuncio de la salvación. Más que buscar primeramente la precisión de las formulaciones dogmáticas, lo que haremos será preguntarnos por su origen y su sentido, por su capacidad para abrirnos a la comprensión y vivencia de la fe. Si conseguimos este objetivo podremos, finalmente, comprender la pertinencia de toda la especulación teológica trinitaria y reconocer el puesto central que tiene la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en nuestra forma de comprender tanto el mundo que nos rodea como nuestra propia vida cristiana.

  1. Recuerda ejemplos concretos en los que se muestre que la fe en la Trinidad es para muchos cristianos incomprensible y marginal

  2. ¿Por qué decir que Dios es una persona en tres personas es contrario a la fe cristiana? ¿Cuál sería la forma correcta de expresar el misterio de la Trinidad?

  3. Haz un esquema de los modos de incomprensión de la fe trinitaria y sus consecuencias prácticas